No he podido ser espectador del programa en el que 100 potenciales preguntantes pretendían decirle tengo una pregunta para usted al presidente del Gobierno. Lástima. Me quedé sin ver al nieto del abuelo Patxi . Pero hoy, triste consuelo, escucho el eco de las voces de parte de su familia política. Quiero decir que me quedé sin oír el tono de voz, la cadencia de sus frases; sin disfrutar, incluso, de ser ese también su caso, el dominio de cámara que hoy es tan común a la mayoría de los españoles, dueños por fin del desparpajo y la educación que la historia, esa gran pendona, nos había negado a tantos, a los más; en tiempos del abuelo, precisamente.

Me quedé sin saber nada de los gestos y ademanes del nieto del abuelo Patxi, sin adivinar la veracidad de sus palabras y la direccionalidad de sus intenciones, ayuno de otra opinión que la que suscitó la portada de algún periódico, que titula por cuenta de la inteligente pregunta de Jesús Cerdán , así llamado quien tan familiarmente, al parecer, se refirió al difunto. He podido observar su cara en la portada de algún periódico, micrófono en ristre, el mirar absorto, por no decir pasmado, en una instantánea que acaso corresponda al momento en el que formuló la pregunta fatídica y definitiva: "¿Cuánto cuesta un café en un bar?".

XNO SEREx yo quien le niegue a Jesús Cerdán el derecho a formular esa pregunta ni cualquier otra que le venga en gana. Está en su derecho y fue su privilegio. Pero pretender que un presidente de Gobierno sepa cuánto cuesta un café en un bar es casi como tener hambre y tomar bicarbonato. Dependerá del bar, dependerá del café, incluso de la ciudad o, si me apuran, del barrio en el que se solicite. Pero también de que el interpelado haya conseguido pagar uno, tan solo uno, en los últimos cuatro años de su vida. Es una pregunta trampa. Si llega a acertar con el precio medio de un café, en esta tan excitada España, todos hubiéramos pensado que se trataba de una pregunta con arreglo previo. Lo que, bien por el contrario, sí resulta preocupante es que el asunto se convierta en objeto de titulares en portada, salvo que reconozcamos que por aquí pulula mucho fariseo. Hacer aspavientos ante tal cuestión recuerda mucho a la actitud de aquellos que se soliviantan ante la ignorancia del norteamericano que no sabe situar a España en el mapa, pero que luego, una vez debidamente consultados, son incapaces de hacer lo mismo no ya con cualquier país miembro de la UE sino, por ponerlo facilito, con mi natal provincia orensana que, quedando como queda justo encima del país hermano, a modo de boina o de sombrero, pues no creo que Portugal se la ponga por montera, no conlleva dificultad extrema a la hora de ubicarla.

A tal actitud de farisaico asombro se le denominaba antes hacer de la anécdota categoría. Pero así están las cosas. Por eso, en aras de la igualdad de oportunidades y echando mano del fondo de compensación, podría sugerírseles a los asesores de don Mariano --como algo pomposamente se le llama en algún medio amigo, preguntándose si hubo alguna vez algún don José Luis , manda inteligente sutileza-- que le informaran del precio de una ostra.

Como don Mariano tiene la prodigiosa memoria del triunfante opositor a resgistradurías, el común de los españoles --tanto los portadores de la enseña constitucional, como los enarboladores de la pre; es decir, aquella en la que aún aletea el aguilucho-- quedaría debidamente informado de que este depende de factores varios, a saber: si la ostra es de las rías o no y, siéndolo, si es de Arcade o viene siendo de otro sitio; si es bretona o escocesa, irlandesa o de Dios sabrá de dónde, porque las hay desde Arcachon a Grecia, pasando por Japón, por no citar las de Oakland, Nueva Zelanda; ítem más, si se adquiere en tiempo de veda o cuando esta se levanta --la veda, se advierte, dado el carácter afrodisíaco del molusco--, y si el nombre del mes en el que esta se consume lleva erre o carece de ella pues, de todo ello, seguro que don Mariano ha de salir triunfante y todos quedaremos satisfechos y debidamente convencidos de que el citado ha de ser buen gobernante. No sería poco. Vistos los precedentes actuales.

De todas formas y mejor pensado, no deja de resultar curiosa que la cuestión se haya planteado, en su segunda oportunidad, alrededor de las ostras, eufemismo de una forma de bofetada a la que el pensamiento, llamémosle de izquierda, ha estado bastante más acostumbrado, incluso se diría que resignado, durante tantos y tantos años, no se puede decir que porque las saborease. Mientras que, en su primera instancia, la cuestión haya sido planteada alrededor del café, excitante infusión que sirvió de consigna y contraseña durante años que ahora algunos pretenden revivir (CAFE: Camaradas Arriba Falange Española) de momento con bastante empeño y deprimente logro. Pero así son y así están las cosas de extremadas.

Se ve que hay que recurrir al sentido del humor, esa forma de cordura, como alivio de males que se pretenden ancestrales y que empiezan a ser, por fin, cantos del cisne que no fue patito feo; agónicos silbidos que pretenden ser lenguaje cuando solo son suspiros; resoplidos si prefieren, pero ya residuales. Ignorancia y vivir en Babia, aun siendo de León, no es desconocer el precio de un café. Es otra cosa. Ignorancia es creer que hay gente que sigue sin saber leer, sintiendo, sin saber pensar, y pretender que, como aún es necia, se la puede adoctrinar. Eso sí es ignorancia. Y nada anecdótica, por cierto.

*Escritor