Hoy quiero compartir mi admiración hablando de alguien muy especial. Tal vez me coma algún acento o me sobren comas, pero no siempre las normas son las que nos dictan o las correctas, lo importante es el contenido.

Quiero hacer un pequeño homenaje a un hombre extraordinario. Que sin voz, sin rostro, sin discursos, sin divulgaciones públicas y sin una lágrima que podamos compartir o recordar,tiene toda mi admiración: Mi cuñado Carlos, enfermo de ELA, el cual ha visto como su vida familiar ha cambiado drásticamente en pocos años, asumiendo que los sueños pueden cambiarse o hacerse más asequibles, pero la esperanza no se negocia.

Ese hombre que convive con esa asesina silenciosa, pero que se aferra a la vida con la fuerza de un náufrago en mitad de un océano, donde cada día sigue viendo peces de colores, donde se deja llevar con un amor mágico de voces de sirenas, las de sus hijos, que le hechizan con su alegría, con su enérgica adolescencia o sus discusiones innegociables.

En ese hogar, donde todo se ha transformado, donde lo más frío se ha convertido en cálido e indispensable. Donde el rencor sobra, donde las flores crecen en cada rincón con el mismo vigor de siempre, donde la risa se sienta a la mesa o donde las lágrimas empiezan a ser tan pasajeras que ya no tienen el protagonismo para ser capaces de humedecer la almohada.

Sueña, cuando puede dormir, para que llegue ese tratamiento eficaz del que hablan cercano. La ambición ha dejado de ser su prioridad, quedarse como está, es su única meta. El optimismo sigue colgando de cada percha del armario. Y el despertador es sinónimo de amigo, de largo camino, pero sobre todo de esperanza.