Por favor, que alguien avise a Puigdemont de que esto se ha acabado. Que la partida ya no existe porque, a fecha de hoy, no hay ni tablero. Sinceramente, creo que el expresidente catalán sigue sin creerse los acontecimientos de lo rápido que han ido. Después de ver su declaración institucional de ayer al mediodía grabada en la televisión pública catalana (y emitida mientras comía en un restaurante de Girona), confirmo que su deriva no tiene límites y que cuando Artur Mas lo dejó al frente de la Generalitat, tras su marcha obligada por la CUP, esta formación anticapitalista acertó de pleno. No solo echó al todo poderoso ‘president’ del momento, sino que se quedó con un sustituto totalmente manejable. Nunca 10 diputados dieron para tanto.

Lo vivido el viernes en este país es para guardarlo en la retina mucho tiempo. Y mira que el presidente catalán tuvo en sus manos una baza de oro: la convocatoria de elecciones autonómicas y la eliminación del 155 de facto. El PSOE lo habría apoyado y el gobierno del PP lo habría tenido muy complicado. Le faltó astucia a Puigdemont, que se vino abajo por los gritos de «traidor» dispensados por las masas convenientemente convocadas en la plaza Sant Jaume por los grupos independentistas.

Rajoy salió airoso y acertó. Frente a la cara de los dirigentes catalanes tras el pleno del Parlament aún sin creerse lo que acaban de aprobar --menos la CUP, con el puño cerrado y el brazo en alto--, salió un presidente del Gobierno diciendo que no optaba por la apropiación del autogobierno catalán y la alargaba en el tiempo, sino todo lo contrario: convocaba elecciones para el 21 de diciembre, en apenas 55 días. Una jugada maestra que desmontó de un plumazo la estrategia secesionista de opresión y maltrato aun arriesgándose a que se obtengan unos resultados similares a los a los de ahora.

Una suspensión larga, de seis meses o más, hubiera conseguido contentar al núcleo duro españolista que aspira a desterrar al catalanismo recalcitrante, pero también habría supuesto para los independentistas tener tiempo suficiente para armar un discurso de resistencia ante la todopoderosa España. Señalando a las urnas para dentro de 2 meses pone el foco en ese objetivo común, de manera que si los independentistas se presentan aceptan como hecho consumado que no ha habido proclamación de la república y si deciden no concurrir pierden la oportunidad de entrar en el Parlament lo que sería un desastre sin paliativos.

De todas maneras, estamos en una etapa tan veloz que los acontecimientos cambian no ya en semanas sino en horas. Puigdemont tenía el viento a favor tras el 1-O cuando el Estado no midió las consecuencias de meter a la Policía y la Guardia Civil a impedir el referéndum ilegal y se pudieron ver imágenes tan duras como manipulables. La sociedad catalana y parte de la comunidad internacional se puso de su lado y lo situó como el dirigente de un pueblo oprimido. Ahora las tornas han cambiado y frente al desafío, se ha respondido con el estado de derecho y restitución del autogobierno. La salida de banco del ex presidente catalán de ayer solo viene a reafirmar su desconcierto ante una comunidad internacional que ahora le ha vuelto la espalda y el propio pueblo de Cataluña que no sabe a qué atenerse y empieza a sentirse engañado.

Nadie sabe qué derroteros va a coger la situación de Cataluña en próximas fechas. Entre otras cosas porque la justicia deberá actuar sobre las autoridades de la Generalitat y el Parlament, lo que llevará aparejado las consiguientes protestas. Sin embargo, la división que vive la sociedad en Cataluña se ha agudizado tanto que es imposible determinar qué resultado arrojarán unos comicios. Las consecuencias del delirio vivido deberán pasarle factura a sus protagonistas, y ahí la tensión sufrida y la huida de decenas de empresas fuera de Cataluña son un hecho, pero el tesón del Estado y las fuerzas constitucionalistas que lo respaldan no tienen por qué salir victoriosas sino todo lo contrario.

Hay casi dos meses para comprobarlo, lo que seguro tendrá después una traslación al panorama nacional. ¿O piensan que de salirle bien la jugada en las urnas al gobierno no traerá consigo una convocatoria de elecciones generales a continuación? Aquí está sin duda la responsabilidad individual de cada uno, pero los partidos son lo que son cuando ganan elecciones y ese objetivo está siempre presente en la mente de todos.