WLwa jornada electoral en Irak se desarrolló según el previsto y terrible escenario del terrorismo y la insurgencia suní, aliados en el intento de hacer fracasar las primeras elecciones multipartidistas en el país desde 1953. La fuerte afluencia a las urnas, pese al terror y las amenazas, está en estricta correspondencia con la división étnico-religiosa: triunfo de los shiís, que constituyen casi el 60% de la población, vejada o perseguida desde hace medio siglo, y de los kurdos (algo más del 15%), que consideran la consulta como un primer paso hacia la autodeterminación. Los líderes sunís, que representan al 20% de la población y que llamaron al boicot, afrontan ahora el dilema de sumarse al proceso constitucional o escalar la guerra civil y religiosa. Para el Gobierno de Bush, las elecciones son el primer paso para planificar una estrategia no catastrófica que le permita la retirada.

Pese a las dudas que plantea un escrutinio bajo ocupación militar e intensa violencia, la elevada participación contribuirá a legitimizar al futuro Gobierno. Pero el éxito shií plantea graves problemas que incluyen la lucha contra la insurgencia, la sombría perspectiva de un régimen teocrático, la influencia iraní y la balcanización del país.