Filólogo

En Muxía han sacado el libro de instrucciones para aspirantes a alcaldes. Su cuerpo doctrinal se centra en la vaca; la heredad, el feudo, la vaca y su cuidado: quien la toca, toca lo intocable, pero quien la venera, venera lo más venerable y ahí se rinde toda papeleta. La vida, como decía Ortega, es pasar los días en un determinado contorno, un determinado marco y unos concretos alrededores, y a eso se suele ser fiel.

O sea, la cercanía: qué le pasa a la vaca, cuándo pare, qué chotos tienes, cómo andas de forrajes, se colocó el niño, cómo anda tu madre, a quien arrendaste el prado, qué tal la bajura, la chalupa, el tractor, cómo te va el coche, qué hiciste del mulo, echaste el tejado, te aprobó el chaval, compraste la alpaca, cuánto te costó la arroba de vino, qué hacías esta mañana en la majada, se casa la niña, cómo anda el nieto: ese es el mitin.

Aquí importa el quehacer local no el pensar universal y al alcalde solo se le ajusticia ahorcándole el seis doble o jodiéndole las cuarenta en la partida de los domingos con la ronda a su cuenta, pero el lunes, vuelta a los papeles para la beca del niño, la pensión no contributiva para la viuda que no pagó el sello, la ayuda del discapacitado, aunque te restriegue el renuncio que te hizo con la sota de copas.

La política municipal es el manejo de la cosa chica, de roce y vecino, de acera compartida, de saludo preciso. Se vota al hombre que vive contigo y está ajeno a esa clase de políticos aprovechados, de anchas espaldas, que acumulan hacienda y ejercen el nepotismo; se vota la marca doméstica, el auténtico país y la auténtica patria. La nación no es más que un excelente programa para mañana y una abstracción casi inalcanzable.

Ni chapapote ni votos cautivos por la riada de euros de un Gobierno desconsiderado: en Muxía o en Macondo, ante todo, la palabra, el cara a cara, la cercanía, el hombro y el hombre, una política personal e intransferible.