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En el marco del XIX Encuentro sobre la Edición organizado por el Gremio de Editores de España y la Universidad Menéndez Pelayo, celebrado esta semana en Santander, se ha podido escuchar, alto y claro, que Extremadura está en la "élite bibliotecaria" española. Ya en la jornada inaugural este hecho fue destacado por Antonio Basanta, director general de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, y, después, por Fernando de Lanzas, director general del Libro del Ministerio de Cultura y Deporte. El primero se refirió a Extremadura y a Castilla-La Mancha como las dos regiones punteras de ese proceso de puesta al día de sus sistemas bibliotecarios y el segundo mencionó el nombre de nuestra región en exclusiva para ejemplificar cómo deberían hacerse las cosas en esta materia. En una mesa redonda del Encuentro, titulada "La lectura pública y la Administración autonómica", el consejero de Cultura, Francisco Muñoz, tuvo ocasión de explicar con detalle el largo camino recorrido en estos últimos veinte años, las medidas adoptadas y la política cultural seguida para lograr, no sin esfuerzo, ese puesto de honor. Uno de los asistentes al curso, profesional de dilatada presencia en el mundo bibliotecario extremeño, Isidoro Bohoyo, responsable del Centro Coordinador de Bibliotecas de la Diputación de Badajoz, nos comentaba su grata impresión tras escuchar a unos y a otros, editores, estudiantes y bibliotecarios, palabras de sorpresa y apoyo por el despegue de nuestro sistema bibliotecario.

Resaltó aún más la intervención del consejero si la comparamos con la de su antecesor en el turno de palabra, el conseller de Cultura de la Generalitat, Jordi Vilajoana. Un par de datos: la Biblioteca de Cataluña se crea en 1915 (la nuestra en 2002) y su Ley de Bibliotecas se promulga en 1981 (la extremeña es de 1997). Lo que queda perplejo a más de uno es que viniendo de mundos tan distintos y de desajustes de origen tan evidentes, los indicadores actuales (reflejados en estudios tan respetables como el publicado por la Fundación G. S. R. "Las colecciones de las bibliotecas públicas de España") no sólo converjan sino que en la mayor parte de los parámetros superen no sólo la media catalana sino también la española, acercándose incluso a la europea.

Amparándose en un modelo sostenible de desarrollo y desde el convencimiento de que la cultura debe acercarse a todos los ciudadanos, más allá del deber de las instituciones de hacerlo, 432 bibliotecas (de ellas, 362 informatizadas) dan fe de lo ya realizado. En una década, su número se incrementó un 83%. Que nadie se llame, no obstante, a engaño. Una política concienzuda y eficaz unida a la solvencia y profesionalidad de los bibliotecarios extremeños no bastan para dar el proceso por concluido. Si bien somos la región española con mayor número de bibliotecas por habitante, nuestros índices de lectura son los pobres de la media nacional. De ahí la necesidad del Plan de Fomento de la Lectura. Con los edificios ya construidos, procede ahora dinamizar su gestión. Seguirá siendo precisa la ayuda de diputaciones y ayuntamientos. La calidad de la oferta (edificios acondicionados con personal preparado que no se limita a cuidar lectores silenciosos) generará demanda. Niños, adolescentes y, en buena medida, personas de edad sin ataduras laborales, esperan que nuestras bibliotecas se conviertan en las salas de estar de nuestra sociedad democrática. Nuestra definitiva redención, como destacó con orgullo Muñoz en el palacio de la Magdalena, vendrá por ahí. Ya ha llegado.