TDturante la primavera de 2003 las calles fueron un hervidero de manifestantes. El que entonces ejercía las funciones de presidente del Gobierno ironizaba e intentaba ridiculizar a quienes, acogiéndose a un derecho constitucional tan digno como el de votar, hacían valer sus voces y opiniones arropados por las pancartas. En más de una ocasión tuvimos que soportar su risa forzada y su tono petulante mientras intentaba lanzar a los manifestantes el estereotipo de violentos, antidemócratas o intolerantes.

El pasado sábado, al margen de otras muchas consideraciones, será una fecha que deberemos recordar: demos la bienvenida al maravilloso mundo de la pancarta a quienes en el 78 dudaron de su inclusión como derecho constitucional, a quienes desde el poder se encargaron de hacerlo casi imposible con reglamentos, y a quienes desde ayuntamientos cercanos preparan ordenanzas y multas para amedrentar a la disidencia. Ver a Rajoy y Aznar tras la pancarta es una buena noticia porque, aunque no estemos de acuerdo con sus posiciones, es grato saber que nunca más llamarán a nadie pancartero .

*Profesor y activistade los Derechos Humanos