Una tarde de abril del año 2005, asistía a una reunión presidida por una conocida personalidad barcelonesa de notoria inteligencia, no menor carácter y entrada ya en la setentena. De repente, una secretaria entregó al presidente una pequeña nota. Este la leyó y, dirigiéndose a los presentes, dijo: "Perdonen que interrumpa la reunión, pero me acaban de comunicar la elección del nuevo Papa en la persona del cardenal Ratzinger , lo que provoca en mí una doble alegría que deseo compartir con ustedes: en primer lugar, por la elección en sí, y, en segundo término, porque esta me confirma en la idea de que también se pueden hacer cosas importantes a partir de los 70 años". He recordado esta anécdota al conocer la noticia del nombramiento de Alberto Oliart como director de RTVE, cumplidos ya 81 años. Y, como comparto el punto de vista de mi antiguo presidente, he celebrado el nombramiento de Oliart por la calidad del personaje, hombre de peripecia personal compleja y rica, que ha tocado muchas teclas a lo largo de su vida con discreta solvencia y que, por esto mismo, ha acumulado una experiencia y una prudencia infrecuentes en nuestros actuales dirigentes.

XCUENTAx Carlos Barral en sus memorias que conoció a Alberto Oliart a comienzos del curso 1945-1946, en la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona. "Oliart --cuenta Barral-- tenía un aspecto atrayente (-) de joven intelectual moderado y consciente". Hablaron de poesía: Oliart, de los escritores del 98 y de Machado ; Barral, del simbolismo. Comenzó entonces una "esgrima verbal" que se prolongó años, ya que --escribe Carme Riera -- "rivalizaban en casi todo" pese a ser amigos íntimos. Ambos cursaron Derecho de 1945 a 1950, siendo Oliart el más brillante de su curso y --según Riera-- "la estrella de un grupo formado por Joan Raventós, José-Antonio Linati, Francesc Casares y Josep Maria Ainaud ". A propuesta de Fabián Estapé , participó en el seminario del profesor García de Valdeavellano , testimonio vivo de lo que --en aquellos años tremendos-- la universidad hubiese debido ser y no fue, y a quien Oliart reconoce como su maestro. También trató a Senillosa, Gil de Biedma, Castellet y Sacristán . Además, los intentos literarios de Oliart fueron tempranos: publicó unos poemas --Pájaros de amor -- en la revista Espadaña, otros --bajo el título Tránsito -- en Laye, y presentó al Premio Nadal una novela --Ráfagas --, nunca publicada y objeto de los sarcasmos de Estapé. Oliart fue premio extraordinario de licenciatura, recogiéndolo en acto solemne en el que, por decisión del rector, los galardonados tuvieron que jurar ¡el dogma de la Inmaculada Concepción! Y ahí terminó el primer acto de su vida.

El segundo acto se desarrolló en otro escenario --Madrid-- y comenzó con la preparación de las oposiciones --pronto ganadas-- a abogado del Estado. Y a partir de este momento --1953--, se fueron sucediendo las distintas etapas de una carrera ascendente según las pautas de la meritocracia, intercalando el servicio directo a la Administración del Estado con el trabajo en una empresa pública --Renfe-- hasta el año 1973, en que pasó al sector privado como director general del Banco Hispano Americano. Fue consejero, también, de distintas compañías, entre ellas --no podía ser de otra manera-- de Barral Editores. El recuerdo que ha dejado Oliart tras su paso por estas tareas es el de un buen gestor, un hombre dialogante y un hombre decente.

El tercer acto de la vida de Oliart se desarrolla en el escenario político. Tras las primeras elecciones democráticas de 1977, el presidente Suárez le nombró ministro de Industria y Energía, cargo en el que permaneció solo unos meses. Diputado por Badajoz en 1979, participó en los trabajos de elaboración del Estatuto de Gernika. Ministro de Sanidad en 1980, el presidente Calvo-Sotelo le designó ministro de Defensa tras el 23-F y aguantó el chaparrón con discreción y aseo, tal y como decían los viejos revisteros taurinos que se portaban los diestros de raza en las tardes broncas. Permaneció en el ministerio hasta la llegada de los socialistas al poder, tornando a la actividad privada hasta ahora, en que ha vuelto al plató ¡y nunca mejor dicho!

Algunas viejas comedias en tres actos terminaban con un cuadro final. Así sucede con la trayectoria pública de Alberto Oliart, que añade a sus tres cumplidos actos un último cuadro ante los focos de RTVE. Nada sabemos de la acción que se desarrollará durante el mismo, pero sí cabe una doble reflexión en torno al hecho de que haya sido elegido como su actor principal. En primer lugar, la densidad y la calidad del currículo de buena parte de quienes --como Oliart-- pilotaron la transición, si se compara con la liviandad de muchos de los actuales protagonistas de nuestra vida pública. Y, en segundo término, sorprende que, cuando los actuales dirigentes de los dos grandes partidos quieren consensuar un nombramiento, tengan que acudir a un hombre de UCD. Esto lo dice todo. Solo queda desear suerte a Oliart. Por él seguro que no ha de quedar. Le sobran capacidad, experiencia y buen estilo.