Escritor

Aunque puedan ustedes pensar que tras elogiar a Rodríguez Ibarra, a renglón seguido yo recibo un jamón de Jerez de los Caballeros o prebendas sin cuento, o una llamada atenta de Ibarra, lo que suele suceder, es que me lleguen improperios de todos los calibres, y alguna misiva donde seré buscado algún día y recibiré la paliza del siglo, o simplemente como me ha pasado ahora que me arrancarán la cabeza. Los que así se expresan, tendrían estas páginas para decir educadamente como yo todo lo que digo, y con la mayor ironía y humor posible, pero no, su odio incontenible terminas siempre en las tapias de un cementerio, o en una cuneta como ya es histórico. Cada cual está en estos momentos por lo que a ellos les mole, que supongo que en el caso de Romera en Mérida, habrá recibido todo tipo de llamadas a su acción difícilmente calificable. Lo que no me va a ocurrir a mi, es decir que vayan a su casa a arrancarle la cabeza sino todo lo contrario, porque Romera bastante tiene con penarse así mismo, con mirarse en el espejo diario y verse en lo que es, un espermatozoide sin proyección que no se hizo hombre porque era más huevo solo, que ya esperma, y bastante tiene como digo con sufrirse. Tiene el traidor toda una escolanía donde mirarse, y la de éste está más cerca de Judas que nadie porque además por algún lado le llegará la paga, bien en especie o metálico, o solamente recibirá lo que se merece y aspira, ser sodomizado que es a lo que aspira el traidor.

Es decir que el elogio tiene siempre varias caras. La mía por el contrario no es poliédrica. Elogiar a Rodríguez Ibarra sin traicionar a nadie tiene unos peligros grandes. Yo los corro con gusto, porque creo que es obligación del que es muy leído, como es mi caso, y además muy leído por los que más sufren mis lecturas, porque al menos alguien dice lo que piensa, cuando después pasa lo que pasa, que la página web de Ibarra se atasca por los miles de elogios que recibe, pero que el único que se atreve a decirlo urbis et orbe, soy yo. Lo siento, pero voy a seguir elogiando a un político, que ya quisiera Miterrand haberse parecido a él. A joderse, guapos.