El plan de ajuste se ha salvado con una votación ajustada: un solo voto ha permitido al Gobierno sacarlo adelante en una operación con fórceps. Una gastroenteritis, el retraso de un vuelo o un mal atasco podría haberlo tumbado. Y con el plan enterrado, difícilmente hubiera podido Zapatero eludir un adelanto electoral. Así están las cosas en el parlamento y este panorama es el que le espera al Gobierno a partir de ahora y hasta que acabe la legislatura. CIU, que ha contribuido al salvamento con su abstención, ya ha anunciado que su benevolencia caducará en el debate sobre los Presupuestos del Estado.

Si los mercados y las instituciones que han forzado el cambio de paso del Gobierno estaban pendientes de la votación en el Congreso de los Diputados, la imagen que habrán obtenido no será muy favorable. También estarán desconcertados muchos ciudadanos de este país al contemplar cómo quienes durante meses han reclamado medidas drásticas al Gobierno se desmarcan de ellas en la hora final, mientras queda con el bisturí en la mano quien se empeñó en explicar como verdad universal que la crisis aquí no necesitaría cirugía radical.

El tiempo dará y quitará razones en los próximos meses. Y los ciudadanos emitirán factura en las urnas cuando corresponda. Pero de momento da la sensación que en esta votación no se pretendía tanto juzgar las bondades de un doloroso decreto sino ajusticiar a su artífice mediante una moción de censura encubierta articulada por los mismos que no se atreven a impulsar la de verdad. Quienes creen que sobra Zapatero, que el Gobierno está amortizado, que se necesita otro que llame de inmediato a las urnas a los ciudadanos, tienen una vía rápida para acabar con esta situación en una semana. Está contemplada en el artículo 113 de la Constitución y no en el decreto que ahora acaba de aprobarse con altas dosis de emoción. Emoción de censura.