Aunque desde el análisis político casi siempre se pone el acento en los parámetros racionales, lo cierto es que las emociones ocupan un lugar preferente en la construcción política. Especialmente, en lo que se refiere a la conformación de la voluntad popular que, en esencia, es el origen de toda legitimidad democrática. Muchas de las ideas que se encuentran en el núcleo de las relaciones políticas, o que las circundan, poseen elementos irracionales que pesan tanto o más que el resto. Una de esas ideas, quizá una de las más determinantes en el momento que estamos viviendo, es la confianza.

Cualquier lector podrá recordar momentos de su vida, algunos importantes, en los que ha confiado en alguien sin apenas conocerlo, sin saber por qué. Depositamos la fragilidad de nuestras expectativas y nuestros miedos en personas de las que apenas sabemos nada, o muy poco, simplemente porque de alguna manera difícil de racionalizar, nos transmiten eso tan raro que es la confianza. En política es un elemento central. Podríamos decir que imprescindible para que existan todos los demás.

Del miedo ya he hablado en artículos anteriores (14/01/13 y 14/07/14), como instinto que, sobre todo, paraliza la posibilidad de cambio, y ralentiza los procesos de transformación social. En cuanto a la ilusión, casi no es necesario explicar que es la cara opuesta del miedo, y que resulta impulsor necesario de los cambios radicales. Si la ilusión es grande y el miedo escaso, es muy probable la revolución; si el miedo es fuerte y falta ilusión, será casi imposible.

Hay otro elemento que la política, los políticos, casi siempre olvidan, porque resulta algo más sutil, al tiempo que más básico: la necesidad de ser queridos. Esta emoción, que regula un porcentaje muy alto de todas las actitudes del ser humano, se traslada a la política como la necesidad de ser tenido en cuenta. La importancia de sentirnos importantes.

XTEMASx como la participación y la transparencia, que son ahora prioritarios en todas las reflexiones, tienen sin duda que ver con esa necesidad. Los críticos de esas tendencias afirman que no es tanta la ciudadanía que quiere participar activamente en política y que la información pública compartida apenas es consultada. Y a día de hoy probablemente sea cierto. Pero, más allá de crear nueva cultura política (muy importante), ambas líneas de apertura sirven para lo esencial, y es que la ciudadanía sienta que se la tiene en cuenta.

Esto lo saben muy bien quienes tienen experiencia en política municipal, que es la madre de todas las políticas, puesto que el representante y el representado pueden rozarse (otra emoción) con cierta frecuencia. He tenido la ocasión de preguntárselo a exitosos alcaldes en circunstancias muy diversas, y la respuesta siempre es la misma: "¿Cuál es el secreto? Estar en la calle". Que es una forma de decir: haciendo que la gente se sienta querida. De todo esto estamos huérfanos: de ilusión, de confianza, de sentirnos queridos. Y nos sobra miedo. Es verdad que la política es suficientemente complicada como para reducirla a estas variables irracionales, pero no es menos cierto que activar las emociones necesarias e inhibir el miedo pueden ser catalizadores inesperados de relevantes cambios sociales.

Por desgracia, la costumbre de las últimas décadas ha sido permanentemente activar el miedo. Podríamos ir más lejos, incluso. Hay ocasiones, en nuestras relaciones interpersonales, en que las cosas se complican tanto que no logramos que funcionen. Las cosas van mal, y sentimos la necesidad de romper una relación de pareja, una amistad, un lazo fraternal. Es verdad que si hay problemas de fondo serios, la solución es difícil. Sin embargo, a veces, reactivando la ilusión, reforzando la confianza o haciendo que el otro se sienta inusualmente querido, ganamos tiempo para buscar soluciones.

Las tareas de gestión y comunicación políticas, intrínsecamente inseparables, pueden y deben servir para caminar hacia las soluciones que la ciudadanía necesita, pero hay momentos en que la relación entre representados y representantes es tan frágil que requiere de emociones paliativas para ganar tiempo en ese camino. De lo contrario es posible que las soluciones lleguen tarde. "Pero si esto era lo que siempre esperaste"; "Sí, pero ya no te quiero".

Por eso, en mi opinión, esa palabra tan denostada y en el fondo tan legítima como es "populismo", si se asocia a activar en la ciudadanía aquellas emociones que nos pueden permitir evitar el divorcio definitivo, no solo es pertinente en este momento, sino que es necesaria. Querer evitar las emociones en política es como querer convertir el amor en una amalgama de intereses. Puede funcionar un tiempo, pero no acaba bien.