La empanada mental de los independentistas catalanes no tiene límite. El último ejemplo es el del jugador de balonmano Arnau García, que votó sí a la independencia y días después se sintió halagado al ser convocado para jugar con la selección española. Sí, ha aceptado jugar... en la selección del país del que quiere separarse. ¿Lo entienden ustedes? No se esfuercen.

Tampoco lo entendieron los periodistas de El partidazo de Cope, que tuvieron que hacer gárgaras antes de tragarse el batiburrillo de ideas de este chaval que dice ser catalán, español e independentista. Todo a la vez. Si hubiera vida en Marte, también sería marciano.

No pudimos escuchar nada parecido a un argumento, algo que pusiera un poco de orden en ese marasmo de estridencias ideológicas fabricadas en TV3. El dubitativo Arnau aseguró que votó a favor de la independencia porque Rajoy no le gusta. Supongo que juega al balonmano porque no le gustan Los Simpson o la tortilla de patata. Pura lógica...

Arnau es el Piqué del balonmano, con menos pericia intelectual aún que el defensa del Barça. ¿Pero deberíamos tomarnos en serio las incoherencias de estos deportistas cuando ni siquiera Puigdemont tiene las ideas claras? (Véase la entrevista con Jordi Évole).

Los privilegiados Arnau y Piqué me preocupan poco. Mucho más me preocupan los catalanes que en un futuro cercano podrían perder su trabajo o la calidad de vida que ahora disfrutan en la comunidad más rica de España y una de las que más autogestión tiene de Europa.

Un millón de personas se han manifestado a favor de la cohesión nacional; numerosas empresas están abandonando Cataluña; se está gestando una revolución hacia el abismo... Todo esto da igual. Piqué, Arnau y otras finas hierbas no cesarán hasta marcarse un gol en propia puerta. Y, mientras tanto, el indolente Mariano Rajoy, el presidente pasmado, sigue mirándose el ombligo.