WHwoy empieza en Alemania el Mundial de fútbol, un acontecimiento que, como los Juegos Olímpicos, tiene garantizado que será un gran espectáculo y un gran negocio desde mucho antes de disputarse un solo minuto de competición. La universalidad del acontecimiento, que el día de la final se seguirá en más de 200 países, y el dinero que mueve ocultan las zonas de sombra de un deporte hiperprofesionalizado. Todo se somete al márketing de las estrellas, los astronómicos derechos de televisión y las audiencias que los alimentan. Pero el fútbol es un deporte-espectáculo y es bueno que a partir de hoy prevalezca el interés por el juego. Y en este capítulo se da la rara unanimidad de esperar que Brasil, desbordante de futbolistas exquisitos, levante la copa por sexta vez. Cualquier otro desenlace se considerará una sorpresa, porque todos sus rivales llegan al Mundial con alguna figura en horas bajas.

España no es una excepción. Con Raúl y Xavi a media recuperación y Luis Aragonés en periodo de dudas, solo la esperanza modera la desconfianza. Si al final suena la flauta y el grupo se desmelena, el mayor espectáculo del mundo habrá sido aún más grande de lo esperado.