THtace tiempo escuché a Eduard Punset decir en la radio que la gran diferencia entre la civilización occidental y la islámica se basaba en dos hitos: Uno, que occidente había conseguido separar la Iglesia del Estado, por lo que ha desarrollado la democracia; y otro, que la civilización occidental tiene doble mano de obra al haber incorporado a la mujer al mundo laboral, siendo ésta uno de los grandes motores del avance económico y social. No obstante, aún queda un largo camino por andar, pues aunque la mujer haya accedido al mundo laboral remunerado, y en muchos casos haya conseguido una posición laboral, social y económica, las desigualdades entre hombre y mujer persisten. La mujer es el pilar de la vida privada, pero es completamente necesario un cambio de mentalidad para que tome el control de la vida pública, participe plenamente en la misma y tenga las mismas oportunidades de ocupar puestos de decisión. Esto es el progreso y debe ser nuestra mira hacia el futuro, un futuro no lejano.

En España, el Gobierno se hace eco de las necesidades y de la problemática de la sociedad. De este modo, se están planteando medidas que promueven solventar todas aquellas limitaciones, que desde la cultura y la costumbre, han marcado la historia de la mujer. Legislaciones como la Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral (en vigor), la Ley de Dependencia o la Ley de Igualdad (ambas de inminente aprobación) permitirán que la vida de la mujer se organice en torno a sus proyectos de futuro y no a lo que hasta ahora le han deparado las acciones de los demás. A la espera permanecemos de que este programa no quede en una declaración de intenciones, en una igualdad formal, sino que propicien un cambio tangible y real, que favorezcan la plena realización personal, social y laboral de la mujer.

Pese a todo, la economía tradicional tampoco trata bien a la figura de la mujer, no valora su talento y, hoy por hoy, el desempleo se sigue escribiendo en clave femenina. Este sistema económico no se preocupa por las personas ni por las cuestiones de orden social. Por este motivo, nace lo que se denomina Economía social y autoempleo, con la vocación de dar soluciones a las demandas sociales de personas desfavorecidas, mayoritariamente mujeres. La Economía social, llamada Tercer Sector, permite la integración y el bienestar social de todos, también de la mujer, haciéndole copartícipe de la vida pública y potenciando sus capacidades. El Tercer Sector de nuestra economía, que no es ajeno a los problemas del planeta, trabaja día a día por conseguir un mundo mejor, donde mujeres y hombres sean iguales, no sólo ante la ley, sino en todas las facetas de la vida. La Economía social y el autoempleo no obvian, como algún día dijo Punset, que la mujer es un motor fundamental de progreso y futuro , y que poco a poco la Historia sabrá mucho más sobre ella.

*Presidente de CEPES-Extremadura