Se autocalifica Díaz Ferrán con sus propias obras de una manera tan perfecta, tan cabal, que sería innecesario añadir más nada. Este Gerardo Díaz Ferrán al que casi todo el mundo debe llamar don Gerardo, es ese empresario modélico que, por serlo, representa desde la cúpula de la CEOE a todos los empresarios modélicos, y los representa tan a entera satisfacción de sus pares, que cuando comenzó a revelarse en todo su espesor su inepcia y sus pufetes, le rogaron encarecidamente que no dimitiera, que qué tontería.

No cabe duda, por lo demás, de que este Díaz Ferrán es un empresario emblemático y altamente representativo de los colegas, cuyo norte no parece ser el de crear riqueza, reservándose la crecida parte que les correspondería por ello, sino el de hacerse ricos, inmensamente ricos, de forma inversamente proporcional al empobrecimiento de sus trabajadores. Ocho meses sin cobrar la nómina, cual les sucede a muchos de sus empleados en Air Comet, la aerolínea a la que un juez británico ha retirado la licencia operativa por no pagar a los acreedores, hablan, en efecto, de un empobrecimiento brutal.

Pero incluso dejando a un lado sus historias con Cajamadrid (a la que debe un dineral, siendo encima consejero) y sus otras historias para no dormir, la defunción de Air Comet tiene estos días un epílogo terrible: la mayoría de los pasajeros que pagaron sus vuelos a Díaz Ferrán, y que en vísperas de Navidad se encontraron tirados y sin avión en el aeropuerto de Barajas, son inmigrantes sudamericanos que con muchas fatigas han ido reuniendo el pasaje para pasar estos días en casa, con los suyos, tras años de obligada ausencia. Este Díaz Ferrán que se presentó hace poco en el programa "Tengo una pregunta para usted" como redentor casi de la clase trabajadora, deja tras sí una estela, a lo que se ve, devastadora. Habrá quien le llame don Gerardo, pero algún juez de lo social debería, tal vez, llamarle otra cosa.