TEtl pensamiento negativo que nos impide salir del pozo y ver la luz al final del túnel, que nos hace ver el vaso siempre medio vacío en vez de medio lleno, que nos estanca en el pasado, en un trauma, en un fracaso... es altamente perjudicial y no nos permite avanzar, levantarnos después de la caída. Y nos quedamos paralizados en una especie de agujero oscuro que nos engulle, nos retiene vestidos con gafas negras que tiñen todo de gris y no reconocen los colores ni el hecho de que en la vida hay etapas, ciclos... y tras un período de razones para lamentarse amargamente podemos erguirnos llenos buenas energías y de voluntad, porque esto no, no es un valle de lágrimas. Pero no, hay quien tiene tendencia a mirarlo todo a través de esos anteojos que en cada acontecimiento ven una preocupación cuando no una desgracia.

Pero parece que los términos medios no son lo que viste y ahora nos hacemos daño también con el otro extremo, el ultrapositivismo de los mundos de Yupi , que nos incita a negar la realidad, los fracasos y los errores y, de la mano de ello, nos impide asumir responsabilidades. Todo está bien, todo vale, todo es maravilloso. No mires hacia atrás que te tropiezas, olvida tu pasado y sigue recto en tu senda hacia el éxito, sin dejar que nada te incomode. No dejes que la negatividad y los malos rollos te distraigan o te hagan replantearte no sé qué y, como el lenguaje influye en la actitud y los sentimientos, si utilizas un lenguaje positivo lo verás todo mejor. Pero ni todo está bien ni todo vale. Y no llamar a las cosas por su nombre es un engaño o una especie de velo que no nos deja ver las cosas como son, sino solo pintadas de una especie de arco de colores que, por más que lo pintemos, no cambia el interior, sino que se convierte en un coche brillante y estupendo por fuera pero lleno de basura por dentro. Un disfraz, vamos. Y no llamar a las cosas por su nombre puede suponer zafarse de la realidad o crearse una realidad paralela y falseada.

Al igual que está de moda hablar de daños colaterales en vez de víctimas o de reestructuración de personal en vez de despidos masivos, también a nivel personal edulcoramos y ocultamos. Y nos negamos a reconocer nuestros fracasos, nuestros errores, nuestras meteduras de pata o las injusticias a nuestro alrededor, y a asumir las responsabilidades que ello conlleva. Huimos. Y entonces ni maduramos ni crecemos. Echamos tierra sobre ello llenos de miedo y aquí no ha pasado nada . Aunque sí haya pasado. Lo que ocurre es que estamos en un sistema que nos incita al éxito y que maltrata el fracaso y el reconocimiento de que ni siempre estamos estupendos ni hacemos todo bien ni el mundo es una verde pradera donde el cordero pace al lado del lobo. Un sistema que arrasa sin piedad y que nos pide que nosotros también hagamos lo mismo y, a ser posible, sin barrer la casa, escondiendo los juguetes rotos debajo de la cama, sin conciencia ni consciencia y sin cabreo, no sea que las negativas influencias externas nos desestabilicen el karma. De ahí que en el Parlamento de los poquísimos que supo llamar a las cosas por su nombre y el único que osó, como tantos hubieran deseado, mandar a tomar viento fresco a quienes nos metieron en la guerra de Iraq, fuera Labordeta . Y por eso la memoria histórica no es sembrar justicia y dignidad sino revolver malamente en el pasado . Y por eso las guerras no son tales sino intervenciones teresianas. Y por eso hablamos de quienes cada día mueren de hambre como números de una estadística y no como del gran fracaso de un sistema horrible e inhumano. Envuelto todo además, eso sí, en una capa de tal consenso, tal armonía y tales sonrisas que da pavor.