Mientras las amenazas de querella se mantienen en alto en el caso del transfuguismo en la constitución de la Asamblea de la Comunidad de Madrid, hay que volver al principio. Al día en que el señor Rafael Simancas anunció que se tomarían medidas contra la mangancia y los chanchullos en el sector inmobiliario.

Se dijo que había sido imprudente al anunciar a los gobernados que con los socialistas se entraría en una etapa de rectitud y que se cortarían los abusos permitidos anteriormente. Los corruptores se pusieron en marcha y la trama mafiosa empezó a maquinar las traiciones del Tamayo y la Sáez. Tenía que haber actuado por sorpresa, igual que el delincuente cae sobre la presa, sin dejarle capacidad de reacción. El candidato socialista iba con un lirio en la mano y no tuvo picardía.

Qué país... No se puede hacer gala de honradez. Por querer demostrar el señor Simancas que si salía elegido no actuaría como esperaban los del gremio de la especulación inmobiliaria, pasó lo que pasó. De todo ello se deduce que habría pasado el trámite si no hubiera anunciado que con él cambiarían las cosas. Es posible que la honestidad aún sea un valor que parte de la sociedad ve meritorio. Pero a la vista de lo ocurrido hay que reconocer que para otros, económicamente poderosos y bien organizados, es un factor negativo que hay que evitar. Algunos huyen de la decencia y la integridad, igual que las beatas del demonio.

Pase lo que pase, el caso habrá servido para que conozcamos un poco mejor este país. Aunque es pronto para sacar conclusiones, se puede decir que estamos peor de lo que podíamos imaginar.