En 1951, Billy Wilder dirigió El gran Carnaval, escalofriante película donde un inmenso Kirk Douglas encarnaba a un periodista sin escrúpulos que utilizaba el dolor humano en su beneficio.

Hoy andamos los españoles inmersos en una crónica de sucesos que no cesa, de modo que hasta los telediarios de las cadenas serias han mutado en monográfico sobre desaparecidos. Apenas queda tiempo para una mención de pasada a otros temas como la pasión catalana que ni de lejos puede competir con el interés mediático despertado por el último crimen que toda España ha vivido con comprensible horror.

A los diez días largos de angustia trufada de esperanza, incertidumbre y miedo, ocurrió lo peor, confirmando que por desmesurados que parezcan Medea o Lady <b>Macbeth</b> entre ellas y Sauron o Moriarty entre ellos, son solo un rotundo espejo de la verdad. Luego, sometidos por la tiranía de la audiencia, estamos asistiendo al ensañamiento de los medios en la terrible noticia, no ya desde el derecho que todos tenemos a ser informados, sino con un exceso que en nada tiene que ver proporcionalmente con la trascendencia objetiva del suceso. Interminables espacios de televisión donde se vuelve a los asesinatos más crueles y mediáticos, desde las niñas de Alcacer a Marta del Castillo, Mary Luz Cortés o Assumpta. Innecesaria insistencia que no aporta nada a la noticia, ni clarifica ni avanza. Un gran carnaval montado para remover las vísceras y conmover las tripas.

Es lógico este sentimiento colectivo de empatía con una madre heroica y ejemplar cuyo mensaje es lo mejor que ha aportado este nuevo episodio espantoso. Un mensaje que merece toda la difusión y preeminencia que su grandeza moral enseña. Todo el ensañamiento posterior, la repetición continúa de las mismas informaciones, de los pasos que siguió la presunta asesina, de su cinematográfica detención, de los testimonios de los testigos, de los detalles más nimios que incluso pueden perjudicar la investigación, son un exceso sin justificación informativa y que nada tienen que ver con el merecido homenaje a ese pequeño inocente.