Muchos artículos he escrito sobre pedagogía y el enfoque que se debe de dar a las enseñanzas en las escuelas, pero en estos momentos quisiera resaltar otro aspecto que es mucho más peligroso, tristemente actual y que debe repugnar a cualquiera persona de sano entendimiento. Hablo del adoctrinamiento político en los colegios, la deformación de los hechos históricos por intereses sectarios e inculcar odio y desprecio a distintos sectores de la población. Unas prácticas bien conocidas y empleadas por el partido Nazi, para legitimar todas las atrocidades que cometieron, y que ahora vemos implantadas desde hace décadas en Cataluña.

Desde la televisión catalana han vendido la idea de independencia como una fiesta multicolor. Pero no nos engañemos, la independencia y la creación de fronteras no es una fiesta de pijamas en falsos colegios electorales, es un abismo que están intentando provocar sin importar la ruina que especialmente va a suponer para el pueblo catalán, como lo demuestra la gran fuga de empresas a la que estamos asistiendo estos días.

Una de las cosas más penosas son los espeluznantes relatos que empezamos a oír sobre hechos acaecidos en los colegios catalanes, pues en la educación están muy metidos los partidos radicales. Sabemos que los pequeños son más fáciles de moldear, hasta el punto de que los niños que llegaron de otras regiones acabaron, en muchísimos casos, renegando de sus propias raíces, con el dolor que ese desarraigo produce. Son víctimas del odio que este sistema está generando y acaban siendo los jóvenes más radicales, insensibles al dolor ajeno que este continuo enfrentamiento produce.

Un buen gobernante tiene que servir al pueblo, no servirse de él. Debe velar por el bienestar general y unir a toda la población, no dividirla ni hacer que peleen padres contra hijos, ni provocar rupturas de familias, ni romper amistades cultivadas desde la niñez...

Siempre en todo conflicto, la mayoría silenciosa tiene que sufrir el fanatismo de los grupos que intentan imponer sus ideas. Por fortuna, ese sector que trabaja, que sufre las decisiones de los otros, esa parte de la población que no tiene afán de protagonismo, ni tiempo para dejarse oír, ya ha empezado a salir a la calle para hacer frente y alzar la voz para decir -¡Basta ya!- y así, frenar el suicidio fanático que impulsa el gobierno catalán para detentar más poder político y de manipulación.

Los señores encargados de la educación deberían conocer que la primera lección en democracia consiste en saber que un gobernante tiene que representar a todos, tanto a los que le han votado como a los que no, que nunca debe actuar como un dictador contra los que no le han apoyado, y menos emplear métodos tan sucios y repulsivos como hemos visto en Cataluña, con el adoctrinamiento político de los niños, y mucho menos falsear la historia de la forma más burda para provocar el odio hacia el resto de los españoles.

Como ha dicho Josep Borrell, tras la multitudinaria manifestación en Barcelona por la unidad de España, que congregó cerca de un millón de personas, “Las fronteras son las cicatrices que la historia ha dejado grabadas en la piel de la tierra. Grabadas a sangre y fuego. ¡No levantemos más!, porque bastante dolor hemos tenido que sufrir”. No dejemos que la ambición de unos pocos acabe arruinando lo que tantas generaciones de personas ha logrado hacer, un país donde se pueda vivir en paz, en democracia, en libertad. En definitiva, un país en el que podamos llevar tranquilamente a nuestros hijos al colegio para que crezcan en valores, sin ser intoxicados con doctrinas radicales al servicio de oscuros intereses sectarios.