Nacieron los conciertos educativos en 1985, hace ya una vida, para solucionar problemas que requerían actuaciones urgentes y audaces, pues el sistema educativo sobrellevaba un lastre que se había convertido en un impedimento para su desarrollo. Las decisiones políticas se nos antojan preferibles cuando contentan a un mayor número de personas sin perjudicar a nadie.

Si esto ocurre, la ideología del que la lleva a cabo se mira de soslayo porque se le reconoce una buena gestión y eso es lo más importante. Los conciertos se sitúan notoriamente entre ellas. Resolvieron estos varios problemas a la vez: se pudo cumplir con el requerimiento constitucional que obligaba a la escolarización plena, el estado asimiló una extensa, bien dotada y experimentada red de centros educativos, se ofrecieron alternativas a la hora de elegir un lugar en el que tus hijos estudiasen con arreglo a la pluralidad ideológica del momento y, que no se olvide, se consiguió abaratar el presupuesto en educación tanto que se pudieron invertir cuantiosas cantidades con las que se costearon los centros públicos que han proliferado por doquier.

Años después, esta resolución se enfrenta a enemigos que acechan implacables: la crisis demográfica que vacía nuestros pueblos y, por ende, nuestros colegios; la aparición de una izquierda furiosamente anticlerical que paradójicamente se presenta como heredera de aquella que promovió el sistema y el recelo de una parte de la sociedad que, sin mucho conocimiento, tilda a la enseñanza concertada de segregacionista, elitista y tergiversadora del sistema (¿?).

Ahora se pone en discusión este entramado y algunos compañeros de viaje pretenden prescindir de una parte del equipaje para asegurar su pervivencia y, claro, es mucho más cómodo olvidar los méritos de aquellos que fueron imprescindibles en la conquista de logros que nos equiparan con otras sociedades de mayor prestigio. O lo que es peor, critican desaforada y malintencionadamente una labor que se ha realizado con muy pocos medios, pero con eficacia y rigor, como muestran los resultados y la afluencia a estos centros concertados. ¿Qué buscan? ¿La mejora del sistema? Difícilmente, si tenemos en cuenta a una amplia fracción de la comunidad que aprecia el sistema como está. Su abaratamiento, tampoco, pues su supresión encarecería los costes que todos pagamos. Habrá entonces otros motivos no tan honorables.

En tiempos de crisis, vale más una mano que estrechar tras un largo diálogo que las decisiones interesadas y partidistas. Se puede llegar a una solución que no comporte el sacrificio de nadie y que vele por las diferentes sensibilidades que habitan en nuestra sociedad. Así conseguiremos que las fricciones no lleguen a la calle: ahí los problemas serán más difíciles de solucionar.