TNto es cierto que, cuando en la primavera de 1.453 los turcos tomaron Constantinopla, los dirigentes de lo que quedaba del Imperio Bizantino estuvieran reunidos en una apasionante discusión sobre si los ángeles tenían o no tenían sexo. Pero lo que sí es cierto es que las ambiciones de serbios, búlgaros y latinos, la despreocupación por los asuntos económicos, el enzarzamiento en discusiones regionalistas y la creencia absurda de que el Imperio era indestructible contribuyó a que las tropas de Mohamed II tomaran la ciudad y escribieran un capítulo de la Historia.

España no es ningún imperio, pero ha alcanzado unas cotas de prosperidad superiores a cualquier otra época. En el año 1956 recuperamos la renta que España tenía en 1936, y fuimos el furgón de cola de Europa hasta no hace mucho, produciéndose dos milagros: el plan de estabilización, durante la Dictadura, y los Pactos de La Moncloa, durante la Democracia. Merced a la estabilidad política que trajo la Constitución de 1978, el salto experimentado ha sido gigantesco.

Pero los peligros acechan. La deslocalización industrial amenaza con que la industria de automoción se traslade a los países del Este. La imparable oferta textil procedente de China pone en peligro nuestras manufacturas. La ausencia de petróleo nos convierte en frágiles dependientes de las crisis energéticas. Y, por último, el cambio climático y la competencia pueden quebrar nuestros recursos turísticos y nuestras reservas acuíferas.

No, no. No se observa que ante estos peligros evidentes y cercanos se cometa la insensatez de convocar seminarios para hablar del sexo de los ángeles. Pero hablamos casi todo el tiempo de estatutos. Parece que con la aprobación de los estatutos se conjurarán los peligros económicos que nos amenazan, aunque hay gente que teme que sea una escapada de la realidad, la peligrosa huida hacia la retórica, más o menos entretenida.

*Periodista