Periodista

La cacereña Asunción López Arias tiene 37 años, marido y dos hijos. La Nochebuena de 1999 sus jefes la obligaron a quedarse en la oficina, de la que se ausentó unos minutos para felicitar las Pascuas a unos compañeros que sufrían su misma desventura. Por tamaña indisciplina fue expedientada y condenada a pasar cuatro meses entre rejas, sin que el Gobierno haya accedido a indultarla. El sumo rigor de la sentencia, aplazada en razón del tratamiento psiquiátrico al que esta sinrazón la ha abocado, clamaría al cielo si no fuera porque Asunción es guardia civil, y está por tanto sujeta al derecho castrense, que a menudo es a la justicia lo mismo que los himnos militares a la música. La historia de Asun, más propia de un cuento navideño de Dickens que de la España constitucional del siglo XXI, refleja con crudeza la severidad del régimen disciplinario de la Guardia Civil. Un cuerpo cuyos agentes se juegan la vida a diario, subsisten con salarios miserables, malviven en ruinosas casas cuartel, trabajan tantas horas como sea menester y ni siquiera pueden asociarse para reivindicar sus derechos. Con estas condiciones laborales, no es de extrañar que sea una de las profesiones con más alto índice de bajas por depresión. "Si hay un cuerpo envidiado en todo el mundo es el de la Guardia Civil", clamó Aznar para desacreditar la propuesta del PSOE, bienintencionada aunque torpemente expuesta, de fusionar los mandos del instituto armado y la Policía Nacional para evitar descoordinaciones. Dado que la eficacia de este cuerpo obedece esencialmente a su carácter militar, y que éste a su vez propicia injusticias como la que está padeciendo la agente Asun, ¿por qué Aznar le deniega el indulto?