La respuesta que debe darse desde los gobiernos y las autoridades sanitarias a la epidemia de gripe porcina que está llevando la congoja al mundo entero pasa inevitablemente por la transparencia y la velocidad de la información. Y también por la coordinación entre gobiernos, como corresponde al desafío mundial que está planteando este brote. México, origen geográfico del mismo, es un país abierto, de honda vocación turística y, por esta razón, visitado por millones de extranjeros en cualquier época del año. El país norteamericano ha sido, en este sentido, un ejemplo pésimo, hasta el punto de que los gobiernos europeos tiene la sospecha de que la Administración del presidente Felipe Calderón ha tardado demasiado tiempo en informar de los primeros casos de esta gripe. Es más, la alarma ha surgido cuando ya se habían producido muertes por esa causa. Demasiado tarde para tomar medidas preventivas.

La pregunta ahora es si es procedente la recomendación de muchos países, entre ellos del Gobierno de España, de que no se viaje de momento a aquel país. Y, dada la evidencia de que casi todos los enfermos que han contraído la enfermedad habían visitado México, la medida cautelar no parece exagerada, por más que parezca un castigo severo para una sociedad, la mexicana, que tiene en el turismo una de las herramientas principales para salir del tercermundismo. Pero la prioridad es ahora frenar la expansión de una enfermedad que se transmite con la misma facilidad que la gripe tradicional (en trece autonomías hay casos sospechosos, si bien solo uno confirmado, en Albacete). Y para ello harán falta sin duda medidas drásticas, que pueden afectar a la vida cotidiana, pues pueden llegarse a prohibirse concentraciones de personas en acontecimientos deportivos, sociales o culturales o, como ya se ha decidido, cerrar todos los colegios.

Si cabe pedir a los gobiernos rapidez de reflejos ante los nuevos casos que vayan surgiendo, también conviene que el conjunto de la sociedad, cabalmente informada, obedezca las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Que no se deba hacer alarmismo --alarmismo sería establecer una sombra de sospecha sobre el consumo de la carne de porcino, que no entraña peligro alguno-- no significa esconder la preocupante realidad a la que nos enfrentamos. En el caso de España, que tiene una estrecha relación con México y cuyos aeropuertos son frecuentemente la puerta de entrada de los mexicanos en Europa, la alerta está más que justificada. Los pasos dados hasta ahora --coordinación con los demás países de la UE, coordinación entre las comunidades autónomas, unidad política frente a este inesperado desafío sanitario, etcétera-- van en la buena dirección. Hay medios para frenar la epidemia, pero sin transparencia, fracasarán.