Hay situaciones y momentos de la vida en que la equidistancia no es una opción aceptable. Siempre se ha dicho que entre los colores blanco y negro hay una amplia gama de grises. Y es cierto. Pero hay asuntos que obligan a decantarse, porque su gravedad no deja margen para equilibrios circenses.

Ejemplos de este tipo de circunstancias los hay por doquier, tanto en la vida cotidiana, como en esas esferas de la realidad que, a priori, pueden parecernos lejanas. En estos momentos, concretamente, podemos contemplar cómo nuestra nación vive un momento convulso, debido al desafío secesionista planteado por el gobierno autonómico de una de sus regiones. Lo que está aconteciendo tiene tal entidad que nos obliga, en tanto que somos ciudadanos, a retratarnos, mostrándonos a favor --o en contra-- de la legalidad vigente, y en contra --o a favor-- de la transgresión de los preceptos constitucionales.

El proyecto común, que tantos sacrificios y esfuerzos costó construir a nuestros mayores, se halla amenazado por los envites soberanistas. Y, sorprendentemente, hay ciudadanos españoles que, obviando todo lo sucedido, pretenden situarse de perfil y repartir las culpas entre quienes están cometiendo ilegalidades, y quienes están defendiendo nuestro marco constitucional, el Estado de Derecho, y la soberanía del pueblo español.

Se habla, en todas partes, de dos «bandos»: del de las fuerzas constitucionalistas, y del de los secesionistas. Pero no son los únicos en este enfrentamiento. También están quienes pretenden navegar entre dos aguas. Y estos son más peligrosos, si cabe, que los que muestran sus espurias pretensiones a las claras. Porque, a estas alturas, no sorprende a nadie que los nacionalistas anden urdiendo tretas para tratar de independizarse. Conocemos su naturaleza, y el cariz de su proyecto. Por lo que sorpresas, pocas. Pero los equidistantes van de soslayo. Pretenden hacer caja, y obtener réditos políticos a cualquier precio. Se dan mil y un rodeos, para que sea más complicado encasillarles, y poder trincar, así, nuevos votantes, tanto si gana el Estado, como si triunfan los que transgreden las leyes. A medida que se embravece la disputa, se percibe de un modo más nítido de qué parte están realmente, porque se vislumbra su afán por quebrar las instituciones. Pero siguen haciendo equilibrios verbales para tapar unas vergüenzas que les anularían como opción electoral de ámbito nacional.

Lo cierto es que, a la hora de la verdad, están demostrando que no son dignos representantes del pueblo, y que su único afán es destruir el modelo de convivencia que más años de paz, libertad y democracia ha dado a España y los españoles. Aunque se esfuercen por navegar en la equidistancia, ya se está viendo de qué pie cojean.