WTwerri Schiavo falleció ayer, 14 días después de que desconectasen por orden judicial la sonda que la alimentaba. Ha sido víctima de un complejo debate sobre quién debe decidir sobre una persona en su situación, si el marido, o los padres u otras instancias. Terri ha estado involuntariamente en el centro de las disputas de sus familiares, de un conflicto de competencias entre Florida y los tribunales federales, y de la utilización política de su caso por Bush y la derecha religiosa.

Este pulso no se habría producido si antes del paro cardiaco que le colapsó el cerebro hubiese dictado sus voluntades. El tema ha revitalizado el interés en EEUU por el testamento vital, y aquí, donde apenas se hace uso de esta precaución, debería suceder lo mismo. Pero a falta de una expresión clara de la decisión personal del enfermo sobre cómo morir, que la ley debería respetar incluso cuando implica una eutanasia activa, al final ha imperado lo que dictaba el sentido común y la deontología médica. Mantener artificialmente a una persona en estado vegetativo permanente, sin consciencia ni posibilidad de recuperarla, es un encarnizamiento terapéutico y no una defensa de una vida. Porque esa vida en realidad y de verdad ya no existe.