En épocas de bonanza, el funcionamiento del sistema procura, por sí solo, el equilibrio de los mercados y facilita, si las políticas son adecuadas, las prestaciones de los poderes públicos a los ciudadanos. Cuando las bases del sistema económico sufren alteraciones bruscas, la tarea de recuperar los equilibrios perdidos no puede quedar exclusivamente en manos de la maquinaria del Estado o de los llamados agentes económicos y sociales. Todos debemos cuestionarnos en qué medida podemos contribuir a soportar los efectos negativos. En situaciones de crisis es el momento de plantearnos, cada uno de nosotros, la pregunta que el presidente John Kennedy formuló a sus conciudadanos: "No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino plantéate qué puedes hacer tú por tu país".

La actualidad política que se observa en España ante una crisis universal es, por lo menos, contradictoria. Después de casi 30 años de vigencia de la Constitución, nos hemos convertido en una estructura política semejante a un Estado federal. A pesar de ello, parece que la varita mágica que puede aminorar la emergencia o enderezar la estabilidad la tiene exclusivamente el departamento económico de la Administración General del Estado. Las autonomías quieren imponer bilateralmente las condiciones y contenidos de los próximos presupuestos, descargando toda la responsabilidad en la cartera de Economía, sin asumir políticas que puedan ayudarnos a todos a soportar la crisis.

Las economías autonómicas son una parte integrante del balance económico y financiero del Estado. Las cuentas generales, las balanzas comerciales, la estabilidad de la caja de la Seguridad Social y las prestaciones sociales más elementales --sanidad, educación y vivienda-- son funciones asociadas a la autonomía de los diversos gobiernos que estructuran nuestro Estado constitucional.

XA PRIMER VISTAx, y por lo que nos cuentan los especialistas, la crisis no es un vertiginoso deslizamiento por una pendiente que termina en un suave declive que aprovechará la velocidad de la caída para catapultarnos otra vez hacia arriba por la propia inercia de la fuerza de la gravedad. Esta percepción teórica de los ciclos económicos, para muchos economistas ya no es válida. La caída no es en bucle: termina en una aguda uve que frena bruscamente los vagones, con grave deterioro de alguno de ellos. Hay que salir adelante cambiando las pautas, los modelos económicos e incluso la estructura de muchas economías en el marco de la UE, en conexión con EEUU y otros sistemas emergentes. Los profetas del mercado ya no pueden ofrecer las fórmulas gastadas de un liberalismo que pretende ser universal pero que rige solo para unos pocos, y que no hace ascos al dinero de todos cuando pintan bastos. Como nos ha recordado recientemente Joseph E. Stiglitz , "si quieren crecer, giren a la izquierda".

En este punto es donde podemos aportar nuestro esfuerzo individual y colectivo para exigir de los gobernantes la redistribución de los beneficios exorbitantes. Podemos y debemos imponernos hábitos de consumo que restrinjan el gasto en esos productos cuyo precio en el mercado no es la consecuencia de los costes y beneficios, sino de una decisión monopolística de facto.

No podemos asistir impasibles a las políticas energéticas, sobre todo en el petróleo y los biocombustibles, que constituyen verdaderas maquinaciones para alterar el precio de las cosas que, si las hiciera un grupo nacional, darían lugar a la aplicación del Código Penal sin necesidad de modificar una sola línea. No creo que fuese descabellado plantearse, ante una conducta delictiva universalizada, si no deberíamos reconsiderar respuestas más enérgicas. Los gobiernos asisten impasibles a verdaderas actividades delictivas sobre un sector vital para el funcionamiento y desarrollo de la humanidad.

En el sector financiero ya se empiezan a pedir responsabilidades, sin descartar las penales, frente a la escandalosa manipulación de la cuenta de resultados para revalorizar las desmesuradas retribuciones. El Estado, además de inyectar dinero público al sistema, debe actuar enérgicamente para que aflore el dinero negro de los paraísos fiscales. Su origen en la inmensa mayoría de casos es delictivo. Es hora de que actúen los tribunales con agilidad y eficacia.

Otro factor sobre el que podemos actuar con plena autonomía es el gasto público. No me refiero a gastos sociales, sino a la insoportable proliferación de cargos personales que se superponen, con retribuciones absolutamente injustificables e incluso inmorales. El despilfarro contribuye a crear una sensación desmoralizadora en los ciudadanos que han depositado su voto para que sus representantes administren los caudales públicos con rigor.

Ya que no se puede aprovechar el impulso de la caída, es necesario asentarse sobre el solar que ha dejado el choque construyendo sólidas bases, sobre nuevas perspectivas económicas por todos señaladas, para crecer verticalmente de forma que, en el futuro, nos enfrentemos a ciclos que aumenten o disminuyan la altura de la columna de resultados, pero que no dependan de la inclinación del carrusel de la feria. Tenemos que mirar con realismo el presente y proclamar, sin evasiones: ¡Sí, señor! Es la crisis, pero no el Apocalipsis.

*Magistrado emérito del T. Supremo.