Una conocida de mi infancia, granadina, mujer de catalán y residente en Barcelona, me contaba que las cosas allí ella las encuentra fatal y que el ‘prusés’ ha provocado hasta desencuentros familiares. Desconozco si esa triste realidad ocurre en otras casas catalanas. En la mía, las únicas discrepancias sobre el hecho son las que tienen que ver con el fútbol. Las féminas pasamos de él y mis hermanos son culés de pensamiento y corazón. Como el sentimiento supera a la diáspora, mi hermano residente en Valencia reprodujo en el chat familiar un tuit en el que, al pasar al lado de Camp Nou, seguían pitando penaltis, pero que, pese a las trampas, había gritado como un loco con el último gol. Mientras el de Madrid ponía iconos jubilosos, el de Granada afirmaba que el árbitro era «un sabio verdadero» y que le había dado mucho gusto ver la cara de los franceses. Más le habrían dado las de mis madridistas, cónyuge e hijo.

Al día siguiente, sobre las amenazas de Podemos, la corrupción murciana y el geriátrico juicio de Convergencia, el titularazo era la remontada épica. Por lo visto, algunos hinchas parisinos, en vez de gritar «el Barça nos roba», la emprendieron con los pobres futbolistas del PSG, mientras en las redes, los madridistas colgaban vídeos de los penaltis inventados. Se registró hasta un seísmo o similar durante las celebraciones del magno evento, y eso es sin duda porque aunque el fútbol es solo fútbol, el Barça es más que un club.

Y en metáfora lo convirtió Puigdemont, que desconoce la vergüenza, profetizando no una noche de amor loco a lo Piqué, sino la próxima independencia catalana, a imagen y semejanza del equipo de Iniesta, Neymar, Messi, Luis Enrique y demás ‘catalanes’ en cuya gesta otros identificaron a los árbitros con Ferrovial, seguramente cegados por la ira. El Barça es un equipazo y una no sabe si ganó con trampas. Pero a la vista de las marrullerías que los partidarios de la independencia no dejan de prodigar, está dispuesta a admitir, tras el tropo del president, que su triunfo es un soberbio fiasco. Sin 3, digo, 4 por ciento.