La ley más importante que aprueba cada año un gobierno es la de presupuestos. Aquí es donde se fijan prioridades y eso que convenimos en llamar izquierda y derecha toma forma de números y cifras que, como el algodón, no engañan. Por ello también es una ley de fuerte contenido político, sobre todo cuando se trata de gobiernos en minoría que tienen que poner encima de la mesa altas dosis de flexibilidad para sumar apoyos. El problema del PSOE es que los últimos presupuestos de la legislatura están demasiado cerca de las elecciones y tiene el flanco nacionalista catalán, antaño peleado por aparecer como el socio preferente de Zapatero, muy poco predispuesto ahora a apoyar a un Gobierno al que se responsabiliza del caos de Renfe, el apagón de Barcelona y, en general, de la saturación de las infraestructuras. Resumiéndolo de forma gráfica: ni a CiU ni a ERC les interesa ahora aparecer del brazo de la ministra Magdalena Alvarez ni de los autores del navarrazo , más bien al contrario. Así, pues, el panorama que tiene por delante el vicepresidente Pedro Solbes no es nada halagüeño. Ante sí se le presentan tres opciones.

La primera es renunciar a una negociación que a buen seguro desgastará al Gobierno y creará malestar en algunas federaciones socialistas y prorrogar los Presupuestos. El precio a pagar sería la imagen de parálisis política de un Gobierno falto de apoyos que llega a las elecciones resollando y exhausto. Esta alternativa no pasa actualmente por la cabeza de Zapatero.

La segunda opción es contentar al PSC y atraerse el voto tanto de CiU como de ERC e ICV incrementando las inversiones para Cataluña, como marca el Estatut. Con toda lógica, esta decisión se miraría con recelo --cuando no con malos ojos-- desde el resto de autonomías, incluida Extremadura, muy necesitadas aún de inversiones estatales. Además, políticamente, podría parecer que el Estado vuelve a ser rehén de las denominadas comunidades históricas , en detrimento del resto. Por si esto fuera poco, daría argumentos al PP para iniciar una ofensiva, dado que ya tiene movilizados a los dirigentes valencianos, quejándose por la inversión en infraestructuras que están recibiendo los catalanes.

La tercera opción --la que más posibilidades tiene de prosperar a día de hoy-- es aprobar las cuentas por la mínima (con los votos de los vascos del PNV y gallegos del BNG y alguno del grupo mixto) y orillar a los que se juegan mucho en las elecciones (CiU, ERC e incluso IU-ICV). En este caso, las matemáticas no fallan, aunque sea por la mínima. Los nacionalistas de Euskadi cederán sus siete votos en el Congreso para apoyar el Presupuesto tras el pacto sobre el cupo vasco y las inversiones ferroviarias; y para tener como contraprestación un acuerdo con los socialistas vascos para sacar adelante el presupuesto autonómico por tercer año consecutivo. A ello sumaría Zapatero los dos votos del Bloque Nacionalista Gallego, aliado de los socialistas en la Xunta, y tres más del Grupo Mixto, previsiblemente de la Chunta Aragonesista, Eusko Alkartasuna y un disidente de Coalición Canaria, Ramón Rodríguez. En este caso, las cuentas sí salen.