THtay chicos en nuestras escuelas, que superan el metro ochenta de estatura, y los setenta kilos de peso, que mantienen una actitud rebelde en las aulas. Hablan en voz alta cuando el profesor imparte enseñanza, se ausentan sin pedir permiso o se sientan de manera provocadora como si estuvieran sobre el césped de un prado. Y, cuando el docente les llama la atención, suelen decir una lindeza como esta: "Expúlsame, si tienes cojones". Porque la expulsión para ellos no sería un castigo, sino la liberación. El efecto disgregador que producen en el resto de los alumnos es fulminante, y no resulta extraño que haya tantos miles de profesores con depresión y la inmensa mayoría se acojan a las jubilaciones anticipadas. Muéstreme un profesor de primera y segunda enseñanza que haya cumplido los 62 años y me señalará usted a una auténtica rareza.

El señor Chamizo , que ostenta el cargo de Defensor del Pueblo Andaluz, se ha atrevido a decir en voz alta lo que en medios pedagógicos se viene discutiendo desde hace mucho tiempo: la necesidad de propuestas alternativas a estos alumnos que son auténticas bombas disolventes dentro de un aula.

No cabe duda de que es un avance social el logro de una enseñanza obligatoria hasta los 16 años, pero la atención a los problemas de las minorías no puede llegar al punto de que a las mayorías les inoculemos el problema de éstas. Tampoco se trata de condenar a unos menores de edad. El problema estriba en respetar también los derechos de esos alumnos que proceden de familias más estructuradas y que desean estudiar y a los que debemos garantizar unas condiciones objetivas para que puedan hacerlo.

Estamos refiriéndonos a un problema que puede parecer extremo o extraordinario, pero que cada día es más frecuente y se va convirtiendo en ordinario. Seríamos también nosotros unos ordinarios si no aportáramos alguna reflexión camino de soluciones acertadas.

*Periodista