Un informe reciente de la organización Intermon recoge que anualmente se fabrican más de 16.000 millones de municiones, lo que significa más de dos balas por cada hombre, mujer y niño del planeta.

El dato explica, en parte, el rentable negocio económico generado por los más de 80 conflictos bélicos que, de acuerdo con datos de la Cruz Roja, existen en estos momentos en el mundo. Los horrores físicos de la guerra ocultan a veces fuertes intereses económicos, que provienen las más de las veces de los países más poderosos, incluidos los que conforman el Consejo de Seguridad de la ONU.

Con el comercio de armas, el mundo desarrollado se preocupa de su beneficio y propio provecho. La idea del "si no vendemos nosotros, lo hará el otro", enunciada por Sir Basil Zaharoff, condensa la conducta del moderno negocio armamentístico, cuyos cuantiosos desembolsos podrían permitir resolver el problema de la educación primaria o incluso acabar con el hambre en muchas naciones, si el uso de los medios de subsistencia estuviera animado por otro espíritu.

La guerra se lleva, como manifiesta Díaz del Corral , los recursos humanos y económicos que necesitamos para luchar contra la pobreza, la marginación, la incultura y las enfermedades de muchas personas. La técnica que ha sustentado el progreso de la sociedad a lo largo de los últimos tiempos y que permitió a los hombres volar como los pájaros y nadar como los peces no ha sido suficiente para que el ser humano "aprenda el sencillo arte de vivir juntos", como dijo Luther King .

XMIENTRAS ENx nuestros centros escolares millares de niños y jóvenes escuchan y hablan de paz y conocen figuras entregadas a la causa de la no violencia, como Gandhi, Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú o Nelson Mandela , en el mundo hay miles de niños y niñas que son utilizados como espías, soldados mensajeros, esclavos sexuales y cocineros por los gobiernos y grupos guerrilleros en los numerosos conflictos armados existentes. O, peor, son directamente entrenados como soldados para participar en la guerra. Muchos de ellos serán secuestrados o brutalmente golpeados o asesinados. En otros casos, la falta de alimentos y las enfermedades contribuirán a que la alta mortalidad infantil sea una de las más dramáticas lacras.

En la escuela, a la que se le asigna continuamente la competencia para abordar los variados y complejos problemas de convivencia, prevención de la salud, tolerancia y otros asuntos propios de la sociedad moderna consumista y altamente competitiva, cientos de profesores se preocupan de formar a sus alumnos en las difíciles tareas de la paz, la cooperación con los otros y la solidaridad con los menos favorecidos. Desarrollan una educación ética, como forma de crecimiento en los valores y atienden la demanda que la comunidad en su conjunto pide a la escuela con creciente insistencia.

Sin embargo, hay que hacer también esa llamada a otros agentes educadores, padres y madres, a los poderes político, económico, cívico, social, cultural y religioso, a los medios de comunicación, etcétera, para ayudar a tomar conciencia de que uno de los objetivos fundamentales de la educación consiste en despertar en los educandos el espíritu del amor universal, la actitud pacífica y contra la violencia, el respeto y la tolerancia a las ideas de los demás. Porque es común el propósito de todos: se trata de cooperar en el desarrollo de su personalidad integral y de procurar un mundo más justo, más pacífico y menos violento.

Si, como dice el proverbio africano, "para educar a un niño hace falta toda una tribu", para educar a un niño en la paz, hace falta toda una comunidad humana pacífica. Todos, jóvenes y adultos, gobernantes y administrados, agnósticos y creyentes, cultos e iletrados, inmigrantes y nativos, poderosos y sencillos ciudadanos debemos tomar conciencia de una idea tan simple como en muchas ocasiones postergada: "la paz es mejor que la guerra". Ese es el grito que, en los patios de nuestras escuelas, miles de juveniles gargantas lanzarán estos días al aire, junto a cientos de globos de colores que atraerán por un momento una mirada colectiva y esperanzada hacia un futuro mejor mientras se elevan al cielo. Muchos de ellos desearán que, bajo las alas de la paloma de la paz, las dos balas por persona existentes en el mundo se conviertan en un libro de primeras letras y en un pan para los primeros dientes de millones de niños desnutridos. Confiarán en que lo que se fabrica para matar sea un instrumento para la cultura y un alimento para la vida.

Esperarán que la falta de alimentos, la explotación y la mortalidad infantil, la pobreza y la incultura sean derrotadas por la paz en el último --y simbólico-- campo de batalla.

Ellos, tal vez, verán otro mundo en el que los países subdesarrollados tengan un nivel de vida digno y parecido al que nosotros disfrutamos, y en el que una convivencia justa y respetuosa rija las relaciones entre todos los seres humanos.

A la memoria de Ana Frank y de todas las víctimas inocentes de todas las guerras