Ha unos meses, recibí un mensaje de móvil de mi tío Pepe: «Mario: Te he enviado un libro de un autor no de tu agrado especialmente: Federico Jiménez Losantos. Ya me contarás qué te parece». Me sorprendió un poco, primero porque de mi tío Pepe, al que vemos cada par de años cuando vamos al sur (él tiene casa en El Puerto de Santa María) no suelo recibir ni libros ni mensajes, y lo segundo porque, aunque no tenía clara su ideología (en mi familia somos casi todos de izquierdas, pero en la variedad está el gusto, y nunca me preocupé de preguntarle a qué partido vota) no esperaba encontrarme en él a un lector del infatigable Losantos. La ocurrencia le vino, claro, de haber publicado yo hace años un libro titulado Los (anti)intelectuales de la derecha en España. De Giménez Caballero a Jiménez Losantos, cuya preparación implicó leer todo género de derrames cerebrales derechistas, lo cual si por un lado me divertía, pues la estupidez humana puede ser cómica, del otro me apenaba, viendo lo pírrico del nivel al que se ha movido el debate en nuestro país. Todavía en los años sesenta, varios plumíferos del Opus Dei exigían que se prohibieran los libros de Ortega y Gasset o Unamuno por no ser suficientemente católicos.

Acabé aborreciendo ese tipo de lecturas, pero la familia es la familia y, haciendo de tripas corazón, acometí la lectura de Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos. Tendré que decir a mi tío Pepe que el libro me ha aburrido soberanamente y que sus más de seiscientas páginas no aportan nada nuevo. Es verdad que el mamotreto va por su décimo-segunda edición, pero el lector de derechas lo que pide es que le reafirmen en sus certezas, que le cuenten la misma historia una y otra vez, para dormir tranquilo.

Los principales objetivos del libro son, por un lado, ilustrarnos sobre los crímenes del comunismo, de Lenin, Mao o Che Guevara. Existiendo El libro negro del comunismo, de Stéphane Courtois, donde están esos datos hace casi treinta años, con mucho más rigor, uno piensa que es fácil hacer leña del árbol caído. A moro muerto, gran lanzada, como se decía antes. Ah, pero es que según el incombustible Losantos, el comunismo no está muerto, como lo prueba la existencia de Podemos. Para ese viaje no hacían falta alforjas: si se trataba de destrozar a Podemos, no hacía falta: ya se destrozan ellos solitos, con sus purgas internas y sus virajes estratégicos.

En realidad, el de este locutor de radio que inyecta resentimiento como desayuno, es un caso modélico de la psicología del renegado, como la analizara Michael Rohrwasser. Excomunistas como él viven haciendo esfuerzos continuos por demostrar que son lo contrario de lo que eran, lo que confiere a sus obras un tono servil algo indigesto.

Me contaba un amigo que fue compañero suyo de estudios en Barcelona, que le llamaban la atención dos cosas de él: que siempre iba a clase en taxi, y que no dejaba ni a sol ni a sombra a Alberto Cardín, el rompedor artista homosexual que murió después de SIDA y del que pensaban que andaba enamorado. Junto a Cardín editó Losantos, hace ahora cuarenta años, el libro La revolución teórica de la pornografía.

Hay que decir una cosa a favor de Jiménez Losantos: en sus tiempos escribió una obra poética original y valiosa, publicada por Pre-Textos. Pero la poesía es peor negocio que el sembrar odio y alimentar prejuicios.

*Escritor.