En España las elecciones se han ganado siempre desde el centro. Primero fue Unión de Centro Democrático (UCD), luego el PSOE tras abandonar el marxismo y después un PP que logró vender la imagen de haberse desembarazado de la caspa franquista. El centro, sin embargo, no es una ideología. Nadie ha podido ni podrá definir ideológicamente el centro, puesto que en la mayoría de las cuestiones clave es obligado tomar decisiones que implican escorarse hacia el progresismo o hacia el conservadurismo. Pero el hecho de que las elecciones se ganen —no solo en España— desde el centro, significa que el centro sí es, sin duda, un espacio político.

Algo parecido pasa con el sentido común. Napoleón dijo que era lo más necesario para tener éxito y Jacinto Benavente que es más fácil ser un genio que tener sentido común. No es fácil definir el sentido común, y nadie podría decir que tiene algo de ideológico —aunque el presidente Rajoy a veces lo pretenda—, pero esta imprescindible guía para la vida práctica ocupa un espacio político.

Es verdad que el sentido común tiende a reforzar los valores establecidos y las prácticas políticas dominantes, pero no es menos cierto que cuando se escucha que Puigdemont pretende gobernar Cataluña desde Bruselas o que Trump contesta al presidente de Corea del Norte afirmando que él «la tiene más grande», es difícil discutir que son afirmaciones ajenas a la mínima racionalidad.

El consenso tampoco es una ideología, pero nadie con conocimientos básicos de la vida podría negar que es uno de los espacios políticos por antonomasia. Consensuar es consentir, es decir, dar por bueno un pacto aunque no sea exactamente aquello que tú querías. El ser humano ha ido avanzando por consensos, es decir, por la renuncia a matarse permanentemente por todo, aceptando realidades solo parciamente aceptables.

Eso fue la Transición española, ejemplo de éxito político en todo el mundo —aunque nosotros sepamos de sus carencias y las critiquemos para intentar construir un futuro mejor—, y algo parecido ocurre en todas las sociedades que van avanzando, entre discusiones y dificultades, pero avanzando. Casi se podría decir que la política, por definición, es consenso, en el sentido de que su raíz se relaciona con la capacidad que tiene de construir y sostener la convivencia.

Escuché una vez a mi padre —hijo de republicano asesinado— que antes que ser de izquierdas o de derechas, lo más importante es ser una persona decente. No sé si porque lo dijo él, pero estoy de acuerdo. La decencia es otro espacio político no ideológico de crucial importancia. Sin decencia no hay política. Será otra cosa, pero no política. Mi padre ha votado toda su vida al PSOE, pero ahora dice que el mejor presidente fue Adolfo Suárez.

No sé si para lograr sociedades sanas y avanzadas son imprescindibles los consensos, que necesitan mucho de sentido común, todo de decencia y acaban produciéndose siempre por el centro, pero, si así fuera, el círculo se cerraría virtuosamente sobre lo que denomino espacios no ideológicos de la política: si las elecciones se ganan por el centro, finalmente los electores premiarían el sentido común, la decencia y la búsqueda de consensos.

Para alguien que, como yo, se define como una persona netamente de izquierdas (de una izquierda orgullosamente heredera del marxismo) y absolutamente defensora de la ideología como norte político para construir un mundo mejor, no debería resultar incómodo reconocer todo lo escrito más arriba. De hecho, creo que uno de los problemas de la izquierda es negarse a ver que una amplísima mayoría social se podría ver reflejada en los párrafos anteriores.

El realismo, quinta y última parada en el camino de los espacios no ideológicos. El primer requisito para transformar la realidad es ser capaz de verla tal cual es. Dice el gran —y prestigioso izquierdista— Pepe Mujica que el gran vicio de la izquierda es el infantilismo de creer que sus deseos son la realidad. No basta desear algo con muchas ganas para que ocurra, sino que acaba ocurriendo porque intervienes eficazmente en una realidad que previamente te has molestado en conocer lo mejor posible.