Que España vuelve a ser una de las locomotoras económicas de Europa es innegable. Sólo aquellos que quieran cerrar ojos y oídos ante evidencias podrán negar esta verdad. En los últimos dos años, se han superado las previsiones iniciales de crecimiento, y alcanzado (y superado) un 3% en un entorno de baja inflación y tipos reales a cero. Las previsiones para 2018 y 2019 son igualmente halagüeñas. Se crece con cadencia positiva y eso se traduce, por fin, en la economía real.

Una de las principales preocupaciones de la ciudadanía siempre es el empleo. Los rastros de la gran crisis aún se dejan sentir (estos años han servido para «expulsar» de la empleabilidad a determinados sectores de población) pero el cambio en la tendencia es notorio: la reducción del paro es una constante.

Si además contamos que España ha controlado el peso financiero de su deuda y trata (no de una forma decidida, eso sí) de embridar el déficit, tenemos pintado el cuadro de un círculo virtuoso que permita llevar este ritmo de crucero económico sin sobresaltos los próximos años.

Pero, ¿estamos realmente preparados o pertrechados para un cambio en las condiciones macroeconómicas o un ‘shock’ en los mercados? La respuesta, siempre hipotética, es una pregunta ¿cómo afrontará España 2020? Dejemos a un lado política e ideología, tienen una enojosa tendencia a ensuciar los cristales con que miramos según qué cosas. Y hagamos algo de economía-ficción.

Tengamos primero en cuenta otra verdad incontestable: aunque las bases de esta incipiente bonanza se quieran buscar exclusivamente en razones internas, ha sido el entorno económico quién nos ha regalado el viento de cola. Desde luego la criticada reforma laboral ha sido una excelente herramienta, y las crisis ha corregido ciertos excesos que han devuelto la productividad a niveles aceptables, tradicionalmente alejada de la media UE. Pero los dos principales propulsores de la economía española han estado más allá de nuestras fronteras.

El desplome del precio de las ‘commodities’ (materias primas) ha servido para reducir costes de producción y abaratar precios sin atacar márgenes. Lo que al final se ha convertido en una bendición con el repunte (agresivo) del consumo. Fíjense que hemos vivido una caída de más del 50% del peso del petróleo, elemento aún clave en nuestra economía productiva. Luego, claro, está Draghi.

Las medidas ‘no convencionales’ llevadas por el italiano en el BCE han servido para reducir el peso financiero de la deuda (una importante partida en nuestro país) y han situado al euro en un entorno estable y con una correlación más lógica frente al dólar (veremos si esto sigue así en los próximos meses, por cierto. Lo dudo).

Así que tenemos una economía en crecimiento, con un consumo al alza, pero dependiente en exceso de factores exógenos que influirían de forma decisiva sobre una deuda, que crece cada día. Pues ese sería el justo de partida del país en la (muy hipotética) nochevieja de 2019, justo cuando España entre en un 2020 repleto de vencimientos y obligaciones de pago.

Volvamos por un momento atrás, justo hasta hoy. ¿Por qué, con un crecimiento saludable, aún no existen subidas salariales ni inflación en productos de consumo (sector privado) ni se reduce la carga de la deuda del país (sector privado)? Por dos razones: porque arrastramos problemas estructurales y porque nuestro nuevo modelo productivo es…exactamente el anterior (servicios+ladrillo+inversión pública).

La gran amenaza es la deuda. No porque se sitúe o no en el rango del 100% del PIB (lo está de facto), sino porque un cambio en las condiciones monetarias supondría una tremenda elevación de costes. Y ese cambio no es solo probable, es que está (más) cercano.

Aunque se trabaje en la reducción del déficit (es decir, menos necesidad de financiación), y la inflación ayudara, más del 70% de nuestro gasto público es en sanidad y pensiones. Es decir, difícilmente abatible. Así que un encarecimiento del coste financiero provocaría que las administraciones necesitarán endeudarse de nuevo, dejando fuera del crédito (de nuevo) a gran parte del sector privado. Un nuevo frenazo a la demanda.

No teman, no quiero ser apocalíptico. No hay razones para que 2020 sea un nuevo 2008. Pero llama la atención que veamos de nuevo ciertas decisiones públicas que ya hemos probado (y errado) y no convirtamos los actuales signos de crecimiento en las herramientas de solventar las turbulencias del mañana. ¿Lo bueno? Queda tiempo.