WEw l asesinato de dos oficiales de la Guardia Civil y su intérprete en la base de Qala i Naw por parte de un talibán que ejercía de conductor policial resume crudamente la enrevesada situación de Afganistán nueve años después de la invasión por Estados Unidos en respuesta a los atentados del 11-S y con la captura de Osama bin Laden como objetivo prioritario. Washington y sus aliados abocan ingentes medios y esfuerzos en el país asiático para que escape al yugo talibán y tome la senda de una muy relativa normalidad, pero la violencia y el terror aún son una constante y el paradero del jefe de Al Qaeda sigue siendo una gran incógnita.

Los militares extranjeros fallecidos en Afganistán desde el inicio del conflicto crecen año tras año y superan ya los 2.000. Y aunque las víctimas entre la población afgana son muy superiores, las bajas del Ejército de EEUU y sus aliados son un indicador de que lo que inicialmente --y aún hoy, de manera formal-- se presentó como una intervención humanitaria tiene muchas de las características de lo que comunmente se entiende por guerra. Barack Obama, a juicio de no pocos analistas, podría tener en Afganistán su Vietnam, y la amenaza de esa sombra ominosa habrá pesado sin duda en la decisión del presidente de que EEUU salga del avispero afgano en el verano del 2011, aunque el mando militar, por boca del general David Petraeus, ha pedido que se flexibilice esa fecha límite.

España está actuando con lealtad con los aliados occidentales, la OTAN y la ONU y ha pagado ya un alto precio por su presencia en Afganistán: 93 muertos, la mayor parte de ellos en accidentes y no en ataques. Actualmente, más de un millar de soldados y guardias civiles están destacados allí para participar en la construcción de algo parecido a un Estado digno de tal nombre.

El capitán Galera y el alférez Bravo fueron asesinados precisamente cuando adiestraban a la policía afgana, uno de los principales objetivos de los talibanes. España debe completar la misión encomendada, pero es razonable que el Gobierno piense ya en el momento del regreso y quiera acelerarlo todo lo posible. De poco sirven las palabras de aliento del gobernador de la provincia de Badghis, quien ayer habló en dos ocasiones con la ministra Carme Chacón para trasladarle el aprecio de los afganos por los efectivos de la misión española. Afganistán seguirá siendo un grave problema internacional, y fiar la solución a las posibilidades de Hamid Karzai y su Gobierno, una quimera.