TEtspaña se ha convertido en el país donde se puede hablar de todo hasta que alguien se empeña en hablar de algo. La gran diferencia entre el cansino presente que padecemos y la mitificada Transición que tantos añoran no reside en la calidad del liderazgo, ni en la altura de la política, ni en la televisión en blanco y negro, ni en el ancho de los pantalones. Entonces se hablaba más y se podía hablar de todo. Hoy no se puede hablar de casi nada porque casi siempre toca esperar a que pasen otras elecciones.

La democracia también es deliberar sobre los asuntos públicos. Pero ahora solo importa votar. Solo quieren nuestras papeletas, y cuanto menos se hable mejor, no vaya a ser que alguien diga lo que piensa de verdad o algo que no deba y pierda unos cientos o unos miles de votos. No vivimos en la democracia televisada. Transitamos como podemos por la democracia en silencio. La buena política consistía en meterse en los líos para arreglarlos. La mala política solo se dedica a evitarlos.

Se puede hablar de todo, pero no hablaremos de nada hasta que pase el 20-D. Primero votamos y después nos dicen lo que piensan hacer. Al parecer, ahora las cosas van así. Gobernar es darnos una sorpresa cada día, y no quieren desvelarnos ni una palabra para no arruinarnos la emoción. De la soberanía no se habla porque ya dejó claro que era nacional la Constitución, de la que al parecer tampoco se puede hablar hasta que se pueda reformar.

De la financiación autonómica no se puede debatir porque el cupo no se toca. De los impuestos tampoco se debe hablar porque todo va tan bien que, de tener que hacer algo, será bajarlos. De los refugiados tampoco se discute porque ese es un tema europeo y ya votamos todos a favor. Y así todo. España es una gigantesca línea roja que no se puede cruzar ni para tomar impulso.