La semana que termina es una de esas que en cualquier país contribuye al funcionamiento correcto de un Estado moderno y serio. Por fin, después de más de cuatro años, el presidente del Gobierno y los de las 19 comunidades y ciudades autónomas estaban citados a hacer aquello por lo que les pagamos, que es solucionar problemas, aunque dos de ellos, como siempre, alegaron tener sus propios intereses y no querer mezclarse con los demás porque ellos son especiales.

El Senado fue este martes pasado lo que los cursis podrían decir un crisol político de las Españas, con casi 750 periodistas acreditados, llegados en oleadas autonómicas sucesivas desde la noche anterior, que tuvieron que aprovechar pasillos, huecos y escaleras como si fuera un instituto central en época de exámenes libres.

Esto no se estila mucho en España, y por tal confieso que quizá sea un español raro, pero a mí eso de que nuestros políticos se vean, sienten, y lleguen a acuerdos aunque sea de mínimos ampliables, me parece bien, me gusta. Posiblemente a otros, según sigo viendo en redes sociales, lo que les va es esa imagen goyesca de dos paisanos enterrados por la rodilla y dándose garrotazos hasta la muerte; al enemigo ni agua.

HA TENIDO que ser, claro, el colapso del bipartidismo y la irrupción en 2014 de Podemos lo que les haya sentado, porque aquí y ahora hay que pactarlo todo, sobre todo eso que llevamos décadas aplazando, al gusto español; Alfonso Guerra ha dicho que añoraremos aquel bipartidismo; bien, tomemos en sentido positivo lo que pasa y a ver si por fin conseguimos equipararnos a otras democracias europeas con dos, tres, o cuatro partidos acordando las grandes soluciones para los enormes problemas que tenemos.

Aunque como también es habitual nos hayamos quedado con la crema -el poderío de Susana en pleno debate socialista, Cristina Cifuentes burlándose de ella, o el gran tedio que siempre da escuchar esos rodeos acomodaticios del lenguaje político-, lo cierto aunque pocos lo sepan es que hubo once acuerdos.

El primero, tiene gracia, es tomarse en serio la propia Conferencia de Presidentes. Se reunirá una vez al año, y cada seis meses un comité de seguimiento, con ministro y un consejero de cada autonomía

La gran cuestión era la económica, y las grietas del Estado del Bienestar. Una buena sanidad pública siempre acosada, por eso mismo de buena, por los carísimos avances terapéuticos, o una dependencia en la que el Estado no cumple su 50% de parte. Un cóctel que analizará una comisión de expertos -también uno por cada parte- para formular una nueva estructura del gasto público Estado-Comunidades-Ayuntamientos.

UNA ESTRATEGIA de reto demográfico; políticas de empleo con prioridad para jóvenes y parados de larga duración mayores de 45 años; el traslado de funcionarios con análisis de la temporalidad en sanidad y educación; una tarjeta social nacional para los más necesitados; mejorar mecanismos contra la pobreza energética y que las eléctricas pongan dinero para ello, o un debate monográfico en el Senado sobre violencia de género que aporte ideas al Pacto de Estado, son algunos de los otros acuerdos.

Como bien dijo el presidente socialista valenciano Ximo Puig, no ha sido una mesa de colores ideológicos, azules y rojos, sino de amplitud cromática aportada por las banderas autonómicas y las necesidades de cada sociedad territorial; él y Fernández Vara tienen cosas en común, no todas, pero la balear Francina Armengol no parece del mismo partido ni defender los mismos intereses, por ejemplo.

De momento se ha ganado una batalla de cordura de país, lo mismo que en el terreno del cava la ha ganado Almendralejo, localidad donde el alcalde -algunos dicen que delfín de Monago- sigue dando que hablar.

* Periodista