Cuando se agotan los términos que presta la psicología a la ciencia económica para explicar el estado anímico de empresas y consumidores, como los de euforia o desánimo, se recurre a otros que describen que es imposible controlar una situación. Así surgen las alusiones a fenómenos climáticos para describir, sobre todo, la evolución de algunos indicadores financieros: tsunami, turbulencia o tormenta, son los más frecuentes.

Desde hace semanas, para subrayar que estamos ante un panorama económico insólito por lo difícil de describir, se habla de la ´tormenta perfecta´, en alusión al título de una película que recreaba un hecho real: el choque, en alta mar, de un huracán y dos borrascas y la lucha de unos pescadores por salir de ese trance comprometido. Algo hay de esa percepción en los indicadores que mejor definen la evolución de los países más desarrollados (EEUU, los europeos, Japón) y la influencia de los emergentes más dinámicos (China, India, Brasil, Rusia). Desde agosto del 2007, cuando se descubrió la insostenible capacidad del sistema financiero de EEUU para mantener las masivas operaciones de crédito a insolventes (las denominadas ´hipotecas basura´), dos efectos estaban servidos: por un lado, la caída del dólar y, por otro, el aumento de los tipos de los préstamos entre bancos. Otras consecuencias, que podían evitarse y que no estaban en la agenda, se sumaron a la tormenta: el aumento anormal de los precios del petróleo, un fenómeno del que no se ve el final, y el de las materias primas de alimentos básicos para la población mundial.

Ante este panorama, la pregunta pertinente es: ¿esta tormenta puede ser más intensa en España? El súbito cambio de condiciones y de salud de nuestra economía, y además en muy poco tiempo, lo aparenta. Caída intensa del PIB en un solo trimestre (del 2,7% al final del 2007 al 1,7% hasta marzo); reducción, aún más profunda, en los sectores de la construcción e inmobiliario; aumento del paro en abril --un mes tradicionalmente creador de empleo--, y mantenimiento de la inflación por encima del 4%.

Con estos mimbres no es difícil pronosticar que los nubarrones pueden ser más negros aún y que el crecimiento del PIB de aquí a final de año puede registrar tasas negativas. Algunos de los expertos consultados por este diario no descartan esta posibilidad. Y el mismo vicepresidente Solbes, tan poco proclive a expresar alegrías o desánimos, reconoció el jueves que puede vivirse, hasta final de año, el peor riesgo posible: que la inflación no baje --por los precios mundiales de la energía y de productos básicos-- y que el crecimiento del PIB siga estancado. Capear este grave temporal en ciernes requiere pericia y concertación. Lo más alarmante es que quienes deben pilotarlo --Gobierno, empresas y sindicatos-- siguen sin emitir señales fiables. Que lo representantes sindicales, patronales y de la Junta lo hayan hecho en Extremadura, donde si de algo se puede presumir es que la concertación está mucho más avanzada que en el conjunto de España, no va a ser desgraciadamente suficiente para evitar las consecuencias de esta ´tormenta perfecta´, pero tal vez se deba a ese pacto social extremeño el que el desempleo no haya crecido en nuestra región al mismo ritmo que en España.