Triunfa la nostalgia, ese burdo pasatiempo, y las redes sociales se llenan de referencias a esa supuesta edad dorada en que bebíamos Cola Cao mientras dibujábamos conjuntos unitarios, al ritmo de la abeja Maya . Triunfa la nostalgia, esa engachifa, mientras hacemos de oro a los coleccionistas de anécdotas sobre octavo de EGB, el paraíso perdido del que solo recordamos lo bueno. Y yo no entiendo el triunfo de una época que no se ha ido, que nunca se fue, por más que intentáramos disfrazarla de espejismo. Basta asomarse un poco a los medios de comunicación para caer como Alicia en el abismo no de las maravillas sino de lo rancio. Solo nos falta Pepe Isbert buscando a Chencho para pensar que hemos vuelto al pasado. Desahucian a una señora de más de ochenta años, y es un equipo de fútbol, no el Gobierno, el que le ofrece otra casa. La caridad de los años cuarenta, que viene en nuestra ayuda frente a los prestamistas que creíamos enterrados en los cuentos. Muere una duquesa y nos faltan loas para ensalzar la ridícula idea de que era una mujer rompedora e independiente, que bajó de su pedestal para convertirse en pueblo. Lo difícil es lo contrario, pero no queremos leerlo. Bailar sevillanas y ponerse el mundo por montera es fácil con los riñones cubiertos. Ingresa en prisión una tonadillera, parapetada tras las inevitables gafas negras. Fran , alias el pequeño Nicolás , nos enseña cómo enseñar a un sinvergüenza. La gente rebusca en las basuras y los niños pasan hambre. Como entonces. Y nosotros, caminamos como alelados, sin reaccionar (yo soy aquel negrito, del Africa tropical) por este país, retrato en sepia.