Las estadísticas oficiales han apreciado un cierto estancamiento en el incremento de los precios de las tierras agrarias en Extremadura durante la última campaña, después de diez años consecutivos de una hiperinflación galopante. El frenazo que aprecian el Ministerio de Agricultura y la consejería autonómica del ramo contrasta, sin embargo, con la realidad que aseguran seguir sufriendo agricultores y ganaderos, con precios por las nubes y en contínuo crecimiento, engordados por el imparable movimiento de dinero negro en el sector y por el hecho de que las fincas rústicas se hayan convertido, en este periodo de vacas flacas en la bolsa, en una inversión rentable para personas ajenas al mundo rural. En este escenario, quien realmente sale perjudicado es el pequeño y mediano profesional del campo, que a la hora de alquilar o adquirir una tierra se encuentra con unos precios de mercado elevados de forma artificiosa. En concreto, en áreas de regadío como la de Miajadas, una hectárea cotiza ya a la friolera de 36.000 euros, casi lo mismo que cuesta una casa en esa misma zona. De momento, parece que todos ganan algo con el negocio pero si la situación se mantiene se corre el riesgo de que las mejores tierras vayan concentrándose en manos de unos pocos. Ejemplos históricos hay para comprobar que esta tendencia no es nada halagüeña.