Las dimensiones de la tragedia del pasado miércoles en el aeropuerto de Barajas no deben inducir conclusiones precipitadas y, menos aún, vincular el desastre con la situación de la compañía Spanair. Por respeto a las víctimas y a sus familiares, hay que dejar que la comisión independiente de quince expertos que investigarán el accidente elabore sus conclusiones y, a partir de ahí, se las diluciden las responsabilidades oportunas. Hacer lo contrario y aventurar toda clase de suposiciones o de sospechas sin fundamento es una grosería que desorienta a la opinión pública y puede inclinarla a desconfiar sin motivo del veredicto de los técnicos.

La seriedad con que se ha afrontado la penosa tarea de identificar a los muertos y asistir a sus deudos, la colaboración entre las diferentes administraciones públicas, entre ellas la extremeña, y la presencia inmediata de representantes del Gobierno central y de los partidos en Barajas, en un ambiente tensado por la emoción, es el que debe prevalecer.

Y este mismo ambiente debe prolongarse el tiempo necesario para disponer de un dictamen solvente. Ninguna de las declaraciones hechas hasta ahora por pilotos, técnicos y cargos sindicales permite deducir que los pasajeros fueron sometidos a un riesgo mayor al intrínseco a cualquier vuelo, e insinuar lo contrario sin pruebas que lo avalen hace aún más difíciles estos momentos a los familiares de las víctimas. Inferir del fallo detectado en un primer momento --y "aislado", según la terminología de los técnicos-- que el avión despegó en malas condiciones es una simplificación que tiene poco que ver con la complejidad de la investigación en marcha.

Hay que insistir en esperar a la opinión técnica por cuanto las versiones son confusas. Spanair defiende que el avión retornó antes del despegue para informar del "calentamiento excesivo en una toma de aire que alimenta algunos sistemas", tras lo que, una vez "aislado" el problema, se le autorizó a volar sin que hubiera "ningún tipo de anormalidad en el proceso". En cambio, el hijo de una de los fallecidos ha asegurado que su padre le envió un SMS antes del despegue en el que aseguraba que el comandante del avión había comunicado a los pasajeros que "fallaba el motor izquierdo" y que "no quería despegar".

Por otra parte, alarma que, ante la conmoción de todo un país, el COI se haya negado a autorizar que la bandera española en la villa olímpica ondee a media asta y a que los deportistas luzcan alguna señal de luto. Que los interesados hayan desobedecido y, de momento, nadie les haya llamado la atención, no quita para que, una vez más, deba lamentarse la insensibilidad de los dirigentes olímpicos ante las tragedias de la vida cotidiana, como si los Juegos no pudieran ser importunados o constituyeran un mundo aparte donde solo caben la diversión y el espectáculo.

La decisión del piloto Fernando Alonso de correr el próximo domingo con un crespón negro en Valencia, y su propósito de pedir a los demás pilotos que guarden un minuto de silencio, es un ejemplo del que debería tomar nota el COI para humanizarse.