Uno de los grandes logros del neoliberalismo es habernos convencido de que no hay nada más importante que nosotros mismos. ¿Es imaginable una ideología más eficaz que aquella que te halaga hasta el punto de hacerte creer que eres el ombligo del mundo? Que cada individuo piense que no hay nada más relevante que él mismo resulta, además, enormemente tranquilizador: no hay de qué preocuparse si a los demás les va mal, puesto que quien importa soy yo. El sistema sostenido sobre ese postulado tiende a ser invariablemente popular entre las masas.

El neoliberalismo como última perversión del capitalismo —perverso ya en sí mismo—, además, ha conseguido que todos y cada uno de los progresos materiales globales encajen perfectamente en su doctrina, la reproduzcan y la difundan por todo el orbe. El último de esos avances ha sido Internet con sus redes sociales, un espacio privilegiado por muchas razones cuya evolución, sin embargo, se ha convertido en el perfecto ejemplo de cómo el neoliberalismo tiene la capacidad de ponerlo todo a su servicio.

Quizá mucha gente no sepa cómo funcionan las redes sociales. En realidad son programas informáticos cuyo modus operandi no controlamos los usuarios, sino sus programadores. Es decir, que son ellos los que deciden qué contenidos nos saltan más a menudo, y cuáles no vamos a ver casi nunca. Son algoritmos que establecen cuál va a ser nuestra relación con aquello que vemos.

Curiosamente, los programadores han decidido que esos algoritmos ofrezcan al usuario más habitualmente aquello que ya se sabe que le gusta. Es decir, que si interaccionamos más con una persona concreta, los contenidos de esa persona nos aparecerán más veces, y a la inversa. Si las búsquedas que hacemos en Internet delatan que nos gusta la cerveza, nos saltarán anuncios de cerveza. Puro halago intelectual.

Ahora demos un paso más. Los medios de comunicación digitales (que tienen ya más audiencia que los tradicionales, es decir, que generan más opinión pública), al tener que buscar sus ingresos fundamentalmente en la publicidad, necesitan imperiosamente el mayor número posible de «clicks». A esto le sumamos que un porcentaje cada vez mayor de los accesos a esos medios digitales son a través de redes sociales, es decir, que cada vez más gente accede a los medios de comunicación no directamente, sino a través de los enlaces que encuentran en redes sociales.

Así pues, si las redes sociales están programadas por algoritmos que nos ofrecen lo que ya saben que nos gusta, si los medios digitales son visitados cada vez más a través de redes sociales y si esos medios digitales dependen económicamente de la cantidad de veces que les visitemos, ¿qué es lo que nos ofrecerán? Lo que queremos leer.

Dicho de otra manera: la opinión pública contemporánea está inundada no de los contenidos informativamente más reseñables, sino de los contenidos que más nos gustan. Es decir, que Internet ha abierto el acceso al mundo pero el neoliberalismo ha encontrado la forma perfecta de que no veamos lo que no nos agrada.

De alguna manera, el paradigma sociopolítico imperante en Occidente lo ha adecuado absolutamente todo a su imagen y semejanza. La educación de los hijos ya no se basa en lo que más les conviene, sino en lo que más les complace; las relaciones de pareja ya no son una decisión de futuro en función de emociones, sino un pliego de condiciones efímero en función de intereses; los trabajos no son espacios de construcción de vida y realización personal en colectividad, sino herramientas individuales de producción de salarios con los que poder consumir. Y así todo.

Estos ejemplos, y cualesquiera de los muchos que podríamos seguir poniendo, confluyen en una misma idea: la entronización del «yo», es decir, la consagración de toda la energía económica y social a la adoración del ego de todos y cada uno de nosotros. El neoliberalismo ha logrado poner un gigantesco espejo ante la sociedad en su conjunto, en el que nos miramos y admiramos cotidianamente, y al que le podemos preguntar «Espejito, espejito... ¿quién es el más hermoso?», teniendo la absoluta seguridad de que nos va a contestar: «Usted, señor, es el más hermoso del reino».

*Licenciado en Ciencias de la Información.