Perdida la esperanza en los milagros, ayer observé algo que me ha hecho albergar esperanzas de que algo pueda cambiar en Cáceres. ¡Han derruido el monumento al contenedor! Como no podía creerlo, he parado el coche, me he bajado y he hollado el húmedo y terroso solar donde, parapetado tras un ridículo seto, tenía plantados sus reales. Es lamentable que a estas alturas tengamos que ver la desaparición de algo que nunca debió construirse porque era horrible, dificultaba el acceso a la ciudad monumental y se hizo contra la opinión mayoritaria de los vecinos. Es la primera huella que se borra de la estela urbana dejada por la navegación de una barca que en estos últimos años ha navegado, más de una vez, sin rumbo, con la anuencia de quienes nos gobiernan. Ante la fulminante desaparición de uno de los iconos cacereños, surgen algunas preguntas: ¿quién habrá convencido a Saponi para dar este paso? ¿Podemos albergar la esperanza de que, más pronto que tarde, pueda correr la misma suerte la bandejina ? ¿Por qué tenemos que pagar los ciudadanos con nuestros impuestos los errores de quienes mandan? ¿No hay ningún responsable? ¿Para cuándo Santa Clara y el acceso cibernético al recinto monumental? ¿Quién quiere terminar con el Cáceres? Bienvenido sea el reconocimiento de los errores y su reparación, pero escuchar a quienes disfrutan y padecen el día a día de la ciudad ayuda mucho a no meter la pata, y es algo tan simple como andar por las calles, salpicarse los bajos del pantalón con las baldosas sueltas, hablar con los vecinos mirándoles a la cara y aguantar algún reproche. Motivos hay.