El diálogo entre Israel y los palestinos está donde casi siempre, en el congelador. Lo que es excepcional es que también estén en la nevera las relaciones entre Tel-Aviv y Washington. El aplazamiento de la visita a la región de George Mitchell, el enviado especial del presidente Barack Obama, es el último capítulo de la crisis iniciada el pasado viernes cuando Israel recibió al vicepresidente estadounidense Joe Biden con el anuncio de la construcción de 1.600 viviendas en el ocupado Jerusalén Este.

Entre los dos hechos ha habido palabras gruesas, diplomáticamente hablando, como la de considerar la actitud del Gobierno de Israel una afrenta o un insulto, mientras que por la parte israelí se considera esta la peor crisis entre ambos países en 35 años. No es la primera entre los dos países, unidos por vínculos más que estrechos, tanto que Israel le debe a EEUU su defensa en el terreno de la seguridad y en el de la diplomacia internacional.

Lo que hace esta crisis distinta son los protagonistas y el paso del tiempo que aumenta la frustración ante la falta de solución al conflicto o de voluntad de solución. En uno de sus célebres discursos, el de El Cairo, Obama quiso enterrar el antagonismo entre el islam y Occidente augurando un nuevo comienzo al tiempo que defendió un Estado palestino y pidió que se detuviera por completo la expansión de las colonias israelís en los territorios ocupados, incluido Jerusalén Este. Israel descubrió a un presidente estadounidense distinto a los conocidos hasta entonces, poco entregado a la causa israelí. Pero Obama se equivocó cuando, poco después, dio marcha atrás en el rechazo de la expansión de las colonias y aceptó una congelación, lo que fue visto en Israel como una señal de debilidad. Todo lo contrario que el primer ministro Binyamin Netanyahu, un duro que ya ayudó a descarrilar el proceso de Oslo y que, a su llegada al poder hace un año, ante el dilema de elegir entre EEUU o la ultraderecha impulsora de las colonias, optó por el apoyo de los partidos religiosos y por un ministro de Asuntos Exteriores como el xenófobo Avigdor Lieberman.

Si lo que quería Netanyahu era bloquear el inicio de unas conversaciones indirectas, o de proximidad, como han sido bautizadas, con los palestinos, que es a lo que iban Biden y Mitchell, lo ha conseguido. Todo sigue en el congelador, excepto la construcción de nuevas viviendas y la ira de los jóvenes palestinos en la calle.