Es fácilmente comprobable la necesidad, manifestada por los fieles cristianos, de sentir cercano, personal y pastoralmente, a quien el Espíritu Santo ha constituido padre y pastor de la Iglesia particular. Soy testigo de este deseo que, en lo que me concierne, ha quedado muchas veces insatisfactoriamente cumplido. Son muchas las circunstancias de tiempo y de capacidades personales que lo impiden. Sin embargo, la conciencia de que ese deseo manifestado por los fieles no es caprichoso, sino lógico y legítimo, lleva a los obispos a vivir en constantes desplazamientos hacia las diferentes comunidades y grupos, a mantener con los fieles múltiples encuentros, y a compartir numerosas celebraciones de especial significación. Queda siempre, además, la convicción de que habrá otras ocasiones para otros grupos y lugares.

Este acercamiento de los obispos a los fieles ha tenido formas distintas de realización y frecuencia en las diócesis, sobre todo como consecuencia del Concilio Vaticano II. Pero lo que ha sorprendido recientemente, y que ha causado verdadera satisfacción, ha sido el acercamiento de los Papas a los cristianos de numerosísimas Iglesias particulares arraigadas en los distintos continentes. No es necesario aportar cifras para valorar el esfuerzo iniciado por el Papa Pablo VI , seguido por el llamativo impulso que le dio Juan Pablo II , y por la ejemplar dedicación del actual Papa Benedicto XVI . Todos ellos han acercado a los fieles la imagen, la palabra y el ministerio de Padre y Pastor de la Iglesia universal que compete al sucesor de Pedro como Cabeza visible de la Iglesia universal.

Para los cristianos es un motivo de grandísima alegría constatar las multitudes de todas las edades que han acudido junto al Papa en cada lugar, y la repercusión mediática de cada viaje. Ello ha sido un signo elocuente de la universalidad de la Iglesia y del prestigio indiscutible que tiene el Papa en todos los ámbitos del mundo actual. Pero, sobre todo, el gozo mayor que sentimos, está motivado por los ricos mensajes de verdad, de vida, de paz y de esperanza que los Papas han ido sembrando por doquier mediante la predicación del Evangelio, que es la Buena Noticia de salvación para la humanidad entera.

Es cierto que, como ocurre con todos y con todo, siempre hubo y hay grupos contrarios a la presencia del Papa en sus respectivos países. A ellos se unen quienes, por diversos motivos, no soportan la presencia y la acción de los cristianos en el mundo interviniendo en los asuntos temporales. Actitud ésta que sorprende repetidas veces porque son muchos de ellos los que, en determinadas circunstancias, se aprovechen de las iniciativas eclesiales. Algunos de ellos, también entre los políticos, buscan gozar de una entrevista con el Papa y transmitir la noticia y la fotografía por todos los medios de comunicación social.

Los cristianos residentes en España, sentimos gran alegría al tener de nuevo entre nosotros al Santo Padre, ahora en la persona del Papa Benedicto XVI. Queremos recibirle como el que viene en el Nombre del Señor. Llega en la condición de peregrino ante el apóstol Santiago . Fue la predicación de este apóstol, hijo del trueno, quien sembró la semilla de nuestra fe en Jesucristo. En ella están las raíces cristianas de nuestro pueblo. En las abundantes peregrinaciones al sepulcro del apóstol Santiago se fraguó la construcción de Europa.

Nosotros vemos en el Papa al Vicario de Jesucristo en la tierra, al garante de la doctrina que orienta nuestra fe, a fautor de la unidad y cohesión en la Iglesia universal, dentro de la pluralidad de razas, pueblos, lenguas, culturas, tradiciones y estilos que la integran como la única familia de los hijos de Dios. El Papa, como sucesor de Pedro, es para los cristianos la expresión del fundamento firme de la Iglesia, según las palabras que Cristo dirigió al Primado entre los apóstoles: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". El es quien tiene el encargo y el poder de Cristo para atar y desatar, garantizando así la doctrina y la disciplina en la Iglesia, según dijo Cristo a Pedro: "Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

La misión del Papa, como la que el Señor encomendó a Pedro, es la de confirmar a los hermanos, que comparten con El la responsabilidad de conducir al Pueblo santo de Dios. Por eso los viajes de los Papa son siempre eminentemente pastorales.

Que todas las atribuciones de Pedro, sean también del Papa, es Doctrina de la Iglesia solemnemente manifestada por la Iglesia en el Concilio Vaticano I, donde nos dice: "Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el Primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo Primado, sea anatema".

S. Ambrosio de Milán dijo en feliz expresión: "Donde está Pedro, está la Iglesia". Sintamos el gozo de ser por unos días anfitriones del Papa, siendo por ello a la vez, simbólicos anfitriones de la Iglesia universal.

Hagamos los esfuerzos que merece tan fausto acontecimiento y, si no podemos acudir a recibirle y acompañarle en su inmediata visita a España en las Archidiócesis de Santiago de Compostela y de Barcelona, oremos por los frutos de esta peregrinación papal en beneficio de la Iglesia que peregrina en España y en el mundo entero.