A cuenta de la crisis financiera, de los intereses de la deuda y del dichoso diferencial con Alemania nos están volviendo locos. Que si están a punto de intervenirnos; que si España no es Portugal; que si hay que jivarizar el Estado de las Autonomías... Hay tantas opiniones como expertos y no hay dos que se pongan de acuerdo en qué es lo que habría que hacer sin cargarse lo que nos queda del Estado del bienestar, estructura sobre la que, por cierto, se cimenta la prosperidad y la paz social vivida por los países de la Europa occidental en las dos últimas generaciones.

Hay economistas que admiten el carácter inexacto de su ciencia --como, por cierto, ocurre con los demás saberes--, pero hay otros, en la órbita post liberal, que más que teoría, predican teología. Son apodícticos; no admiten dudas ni réplicas, como si su decir fuera incondicionalmente cierto. Lo más estresante es que los mantras que repiten este tipo de economistas los compran después algunos periodistas que pasan por ser especialistas de la cosa y ahí es donde se inicia la segunda parte del drama, porque en tertulias y artículos de opinión, el discípulo se lanza a pontificar con más suficiencia, incluso, que el maestro. Y, no digamos si se trata de un converso. Acostumbran a ser los más agresivos, quizá para hacerse perdonar pasadas veleidades o militancias izquierdistas.

Estamos rodeados de fanáticos y de fariseos porque, en sentido contrario, también sucede algo similar con la prédica de algunos personajes que pertenecen al retablo de lo que en Francia se conoce como la izquierda caviar . Tipos que ocupan lugares destacados en empresas o centros de poder y que el mismo día en el que por la mañana han firmado la entrada en el accionariado de su industria de un fondo de capital-riesgo --que abre la puerta del despido para decenas de trabajadores--, por la tarde cuelgan en la Red o dan a la imprenta un artículo en el que denuncian la globalización salvaje y el darwinismo de los mercados que, según ellos, es la expresión de aquella codicia obscena sobre la que ya hace tres siglos alertaba Adam Smith en La Riqueza de las naciones .

¿Quién nos pondrá a salvo de unos y de otros? ¿No es suficiente con tener que pechar con el drama que supone tener cuatro millones seiscientos mil parados y miles de pequeños y medianos empresarios angustiados por falta de recursos, unas veces por falta de crédito, otras porque la Administración no les paga lo que les debe? Ya que a corto plazo nadie parece tener la solución para salir del atolladero, por lo menos, que no nos vuelvan locos.