El conflicto de los Hermanos Marx es una cinta cinematográfica de los míticos actores, de los años treinta, en la que en tono totalmente delirante estos fraternos hombres se mezclan entre la alta sociedad, mientras se enredan en el robo de un cuadro. Si observamos la película, además de disfrutar de sus gags y de las genialidades de estos cómicos, nos encontramos ante unos tipos que tratan de dibujar escenas -de esperpento-- sobre ocasión y oportunidad. No sé muy bien por qué este film siempre me referencia acerca de escenas y acontecimientos que nos ocurren día a día, cuando, a veces, las gentes tratan de escamotear reglas de juego, en una aparente jugada limpia del azar. Y usan el juego del bridge para representar el engaño, la trampa y el factor a favor. Algo de esto es lo que habitualmente nos ocurre a muchas personas, cuando somos sorprendidos por esa astucia del que engaña, y del que supuestamente tiene méritos para adelantarnos, o ser más genial que el otro.

Hay una escena en especial, --con Harpo y Chico y la rica señora Sra. Rittenhouse y su hija Arabella--, en la que alrededor de una mesa deciden jugar, y pregunta uno de ellos- Chico- ¿cómo quieren jugar al honrado?- eso espero-, contestan las contrincantes. Y ahí viene el truco: cortaremos para elegir pareja, y señalan los chicos: no, él es mi pareja, y si no de otro modo no jugamos. Para a continuación dar juego, empiezan los que tienen las cartas más altas, y en ese lance, ambos sacan la misma carta, que, casualmente, es la más alta. Pues bien, esto del bridge y esta escena me recuerda a todos esos juegos y movimientos que se hacen a diario, tratando de dar apariencia de parcialidad y ecuanimidad, cuando en realidad no es así. Esta especie de fotografía visual entre dos chicos y dos chicas, jugando a un juego, aparentemente rutinario, puede trasladarse a esas múltiples situaciones, de aparente igualdad, pero que no resulta tal.

Con los cuatro o cinco minutos que dura esta especie de juego del engaño entre los cuatro, podríamos establecer una comparativa de lo que realmente sucede, con demasiada frecuencia, cuando en una situación de hecho, que describe una realidad tal cual, los hombres y las mujeres se sientan en una especie de plano a la misma altura, pero con reglas de juego diferentes. Yo barajo, yo corto, y yo tengo la carta más alta. Aquí hay algo que no funciona, porque esas reglas de juego, en apariencia de un sistema igualitario, son interpretadas de forma diferente si el que lo lidera es una de las partes, y con el ánimo de reconocerse como el que manda. Esto me ayuda a reflexionar, por lo visual del ejemplo, en torno a lo que siempre parece hablarse, pero poco interpretarse, y tiene que ver con la existencia de normas, que se dicen igualitarias, y no discriminatorias, pero cuya aplicación caen en el desuso de seguir bajo roles, y ya, por experiencia, situaciones de resistencia a dejar de ostentar el poder.

Los derechos -y el de la igualdad es uno de ellos-- son consustanciales al ejercicio del ser humano, pero su prolongación en la no aplicación de una mala praxis constituye una auténtica barrera que ejercen aquellos que no quieren que estemos, se nos espera con normas de interpretación en las que nuestra posición es debilitada, y con aplicación de reglas de juego que tergiversan el sentido de la igualdad.