Catedrático de la Uex

El transcurso del tiempo no puede pasar por encima de la perplejidad con la que vivimos desde que un buen día España decidiera situarse al lado de quienes deciden la guerra conforme a sus impenetrables intereses. Tal perplejidad ha caído sobre nosotros, acompañada de lo más indigno que puede impregnar una sociedad desarrollada. Toda una carga de indignidad, de sensibilidad a flor a piel, de estupor, tristeza, ahogo, incredulidad, horror y muchas sensaciones más. Todas con una fuerte carga de espanto ante el aniquilamiento humano, ante lo que, una vez más, ponen ante nuestras vidas las imágenes en directo de una guerra, que para colmo se quiere vender desde la limpieza del bando de los buenos frente al exterminio del dictador más cruel, llegando incluso a la tesis de hacer caer sobre él cuantos inocentes de todas las edades están muriendo por las bombas de las tropas de liberación.

Muchas veces se ha escrito sobre el aletargamiento de las conciencias del primer mundo, frente a la miseria de tantos y tantos países olvidados, aquéllos que unen a su pobreza la falta de interés estratégico para quienes deciden el orden de las cosas. Muchas veces nos admiramos ante quienes entregan su vida, dan su amor, incluso sus fortunas por llevar algo de bienestar a tales recónditos lugares, las mismas veces que nos quedamos con las ganas de ver en quienes nos representan una acción prioritaria hacia el cambio de los sistemas, hacia un rumbo distinto de la humanidad, en el que el norte se fije en algo tan simple como la propia dignidad de la condición humana.

Son muchas las veces y desgraciadamente pueden serlo aún más, pero al día de hoy, en el presente más rabioso, nos encontramos ante una inmensa vergüenza sin parangón histórico. Se podrá hacer toda la demagogia que se quiera, pero no por ello dejará de ser cierto el grito de una sociedad que, de manera espontánea y sorprendente, ha estallado contra una guerra ilegítima e ilegal. Por mucho que se quiera negar la evidencia, por más que se quiera criminalizar a otros grupos políticos, la ciudadanía se ha levantado de pronto para decir no a la guerra . Se ha echado a la calle para mostrar desde un sentimiento compartido, un sí a la vida, y desde una razón común, un no todo vale. He aquí el motivo por el que tal explosión no se produjo en 1991, cuando se invadió un país y hubo una posición común para obligar a respetar las fronteras de los pueblos. Ni siquiera cuando la crisis de los Balcanes, cuando la sociedad era la que alentaba a la ONU para que detuviera el exterminio racista, religioso y sistemático que se estaba cometiendo ante sus ojos. Se equivocan los estrategas del PP al incidir en sus proclamas contra la oposición, en vez de rectificar. La sociedad no está pendiente de otros líderes políticos: lo que está es avergonzada con la pérdida de juicio del presidente del gobierno y la complicidad de su grupo, en la locura. La sociedad siente que España, país con experiencia en recorrer los ríos del absurdo humano, y por eso país amante de la paz, haya sido uno de los promotores de la guerra de Irak. Me viene a la cabeza el estercolero que existe, para vergüenza de todos, en la periferia de Managua, con 15.000 seres humanos buceando en él. Todavía caben cosas peores: ahora somos cómplices de conducir los camiones de basura, en forma de bombas, para repartírselas como daño colateral al pueblo iraquí.