Hace unas semanas visité Girona enviado por el periódico para cubrir la Copa de la Reina de baloncesto. En pocos momentos te sientes más periodista que cuando sales de casa para contar lo que pasa por ahí con tu portátil y tu acreditación al cuello.

Pero no venía a contar mis rollos sobre esta profesión de la que, confieso en plan cursi, sigo enamorado como el primer día, sino sobre algo que me sucedió allí, en una hermosa ciudad que me pareció realmente interesante.

Resulta que hace unos años que conocí a un chico de la zona, aunque no en persona. Como somos dos grandes frikazos, a través de foros de internet intercambiamos cromos antiguos de basket. Marc, como se llama él, la verdad es que es toda una eminencia en el tema: además de tener toda rareza publicada en España, amplió horizontes y fue comprando colecciones del resto de Europa. Auténticas reliquias para algunos, solo trozos de cartón descoloridos para otros. «Hay gente pa tó», que diría Rafael El Gallo.

El caso es que después de tanto contacto por mail, me pareció oportuno ‘desvirtualizar’ a Marc aprovechando que yo viajaba a su ciudad de residencia y quedamos para tomar unas copas. Y la verdad es que, tras cierto lógico hielo al principio, todo fue realmente sensacional. Fue un ratito bastante majo entre dos tipos que no se habían visto en la vida, pero que conectaron bien hablando primero sobre cromos y luego sobre cosas más trascendentes: las muchas vidas que hay en esta vida.

Lo mejor fue comprobar, una vez más, que los tópicos previos sobre los lugares y sus gentes no valen para nada, aunque Marc me confesó que le llamó la atención la facilidad con que a los pocos mails yo los terminaba con «un abrazo» y no con «un saludo», como él. «Somos un poco fríos los catalanes, eh», dijo. Quizás. Sí, ¡pero no me dejó pagar ni una! Para que luego digan...