Abogada

Había en Extremadura, entre Cáceres y Salamanca, una región montañosa en la que no había más que piedras, brezo y cabras: Las Hurdes. Tierras altas antaño pobladas por bandidos y judíos que huían de la Inquisición". De Las Hurdes, tierra sin pan, de Buñuel (1932) al proyecto de llevar al cine la tragedia de Puerto Hurraco (2003) han transcurrido más de 70 años. Un largo período por el que nuestro país ha sufrido hasta llegar a la actual preciada democracia. Durante ese devenir esta tierra ha sabido sosegar y encarar su propia historia. Por eso algunos estamos certeramente en la mutación sufrida; quizá, por esto, también sentimos rechazo, desde el punto de vista intelectual, a aquel intento de perpetuar una imagen pasada a costa de hechos muy circunstanciales.

Recientemente en un periódico de tirada nacional un destacado cinéfilo calificaba al presidente de Extremadura como censor por haber criticado la propuesta de llevar al cine los crímenes de Puerto Hurraco. Arremetía duramente contra él, sin contemplar su también exigencia de respetar la libertad de expresión del representante político. Yo creo efectivamente que forma parte de la libertad intelectual del director de realizar esa película; pero no es menos cierto que para muchos, como también es mi caso, resulte rechazable asistir --nuevamente-- a la pervivencia de una imagen estigmatizada de nuestra región --ya está bien--. Así pues, si se proclama la libertad de creación, de expresión e intelectual, éstas no son patrimonio de unos frente a otros; ni mucho menos la de un director frente a la opinión pública, quizá, de muchos. Y es que en el rechazo al epíteto descalificativo de nuestra región estamos casi todos.