TMtiré sus ojos. Acorazados por pequeñas arrugas. Miraban al frente. Con el dedo en alza, me señaló. "Quiero volver. ¡Hace tanto tiempo que no piso aquel suelo, y que no me mojo con aquella lluvia!". Así me la encontré. Una delirante mujer que me hablaba de la otra orilla.

Intentaba seguir la línea indefinida de su dedo, cortada por la celeridad de los coches. Sus piernas segadas por las varices. Imaginaba ese mundo sencillo del que me hablaba y que ahora la distancia hacía fantástico.

Y seguía señalándome al frente. Y yo miraba. Y ella solicitaba mi mirada. Me la rogaba. "Hace mucho tiempo --me dijo-- hace mucho, mucho tiempo que no piso aquella tierra". "¿Ves?, allí estaba la panadería de Salvador. Me han dicho que ha muerto. Más arriba, casi en la esquina, con la calle Arapiles estaba la frutería de Julito ...".

Y seguían atravesando los coches como si el asfalto se hubiera desbordado de metal. Y yo seguía odiando su alboroto. Y seguía codiciando el recuerdo de aquella mujer.

Al borde del acerado, como quien se aferra al borde del acantilado, la vieja cantaba su pasado al otro lado de la gran avenida. Ahora, la gran ciudad levanta su particular muro; los coches, su paredón. Es la calle Almendralejo, en Mérida; es la calle Gil Cordero en Cáceres; es la avenida del Valle en Plasencia... Desde hace mucho tiempo no puede cruzar esa calle. Despacito, sus pasos, no llegan al otro lado. "¡Rojo señora, el semáforo está rojo!". Y ella, en su tercer pasito. Vuelve atrás y me habla.

*Periodista